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Entre virtudes y apariencias imposibles

  • El Betis se enfrentó a sí mismo en otro golpe hacia una cuenta atrás que arrancó hace mucho Calderón quiso dibujar un atrevimiento ficticio

El Betis dejó de hacer cuentas tras el duro tropiezo ante el Málaga aunque la realidad fuese que nunca debió hacerlas. Ante el Barcelona, volvió a pintar un camino de mariposas que otorga al público el engañoso derecho de preguntar por qué este equipo va hacia la Segunda División. Es simple, perdió ya 20 encuentros. Y encajó 64 goles. En ese recital de atrevimiento de ayer, recibió tres de ellos sin que su enemigo necesitara apretar el acelerador.

Calderón eligió mover piezas con la mirada en una sorpresa que no se produjo y en el próximo envite ante el Sevilla. Sabe que ahí, en el Villamarín, se jugarán más que tres puntos pese a que éstos servirían ya de bien poco de cara a una salvación que caducó ya hace días pero se alarga en alianza con unas obligadas matemáticas. Calderón adjudicó nuevos roles a jugadores que no terminan de saber siquiera en qué posiciones juegan.

Juanfran lo ha hecho en varias por esa banda derecha, al igual que un Juan Carlos que pasa de extremo a lateral en seis días. N'Diaye disputó minutos de medio centro destructor, de líbero, de medio llegador y de central. Amaya, ayer en la zaga, también se había adaptado al carril diestro en otra ocasión. La línea ofensiva posicionó a Cedrick y Vadillo en las dos bandas en las que, posiblemente, menos rendimiento otorguen, mientras que Baptistao disfrutó en esta ocasión de la punta del ataque. En cada duelo, casi la totalidad del once verdiblanco puede jugar en una posición diferente. Lo llaman versatilidad, pero cuando no hay una homogeneidad básica, esa versatilidad se convierte en improvisación y es un inconveniente.

El Betis se topó con un Barcelona que andaba. Aplicó la máxima intensidad y su enemigo apenas se despeinó en el primer tiempo. Poco influía que las piezas se movieran o que tus delanteros más en forma, Rubén Castro y Jorge Molina, partieran desde el banquillo. Provocó el miedo en el Camp Nou con más fuegos artificiales que fuego real.

Calderón, además, se quedó sin Lolo Reyes, su jugador más intenso, de cara a la disputa de un derbi que marcará poco a poco el cierre de una etapa ya finalizada y una temporada que ya activó una cuenta atrás automática que da la bienvenida a las lágrimas.

El Barcelona miró el reloj y esperó. Un penalti innecesario, un tanto en propia puerta y una mano en el área sin voluntariedad. Con ello bastaba. Las casualidades se dan en momentos puntuales, no se alargan en cada duelo con tintes dramáticos. Calderón podrá variar todas sus piezas en la próxima cita y ninguna de éstas sabe si se consolidará en la misma posición. Las probaturas son válidas. Tanto que reflejan que la esperanza es un aliciente alejado de la realidad.

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