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Oratoria de Barrio Sésamo

  • Desde Aristóteles, el arte del discurso se estudia, se moldea y se fabrica para adaptarlo al oyente Los políticos actuales nos hablan como a escolares: ¿no podríamos exigir un poco más de altura?

trillo

BUENOS y malos. Líneas rojas y vetos. Voto útil y voto inútil. Reuniones secretas. Que viene el lobo... Conspiración.

No hace falta realizar un estudio de retórica para evaluar la complejidad del discurso en la campaña del 26-J: los políticos nos hablan como si estuviéramos en la antigua EGB. Entre niños y adolescentes. Es la retórica y son los mensajes. En España no son tiempos de Azaña y Castelar ni tampoco en Estados Unidos de Washington, Lincoln o Carter. A medida que avanza la democracia, los canales de comunicación se multiplican, nos sumimos en océanos de información y, para tener éxito, hay que "simplificar". Cada vez más. Para empezar, hay que conseguir que alguien nos preste atención. A continuación, que nos entiendan. Y para nota son los casos de quienes consigan convencernos para ir a las urnas y escoger su papeleta.

Es lo que opinan los expertos en análisis del lenguaje político y lo que podemos comprobar en cuestión de segundos si valoramos el eje estratégico de los discursos de los cuatro candidatos que, ya en clave del día después, se disputan este domingo la presidencia del Gobierno:

Mariano Rajoy: a la investidura se va a ser investido. Para ser investido hacen falta apoyos. Si yo no tengo apoyos, no voy.

Pedro Sánchez: es inútil votar a PP y a Podemos. Con Rajoy nadie quiere pactar e Iglesias es incapaz de dialogar. Nosotros proponemos un cambio que sume. Un cambio real.

Pablo Iglesias: mi adversario es Rajoy; Sánchez, un aliado. Tiendo la mano al PSOE. Le pido que no se equivoque de adversario: el adversario es Rajoy.

Albert Rivera: Negociaremos sin condiciones. Pero Podemos no se puede sentar en la mesa y el PP tampoco si no se va Rajoy. Votar al PP es votar bloqueo. Y votar a Podemos, también.

Desde Aristóteles, dominar la retórica es un arte en el que influye el orador tanto como la adaptación que se realice del discurso a las circunstancias y a los oyentes. Pero la pregunta en este caso también sería muy simple: ¿no se pueden conseguir mensajes efectivos con un poco más de altura?

Con motivo de las elecciones del 20-D, la experta en lingüística de la Universidad de Navarra Inés Olza preparó un estudio para la revista Papel sobre los discursos de los cuatro aspirantes a ocupar La Moncloa aplicando el test de Flesch-Kincaid para determinar su complejidad: todos los candidatos hablan para votantes adolescentes. A Mariano Rajoy lo entienden hasta niños de 12 años; Pedro Sánchez se dirige a un público de 14; Pablo Iglesias se centra en los quinceañeros y Albert Rivera maneja un lenguaje ligeramente más sofisticado: para adolescentes de 16.

Con todo, el líder en la infantilización del discurso no está en España: es el polémico político neoyorquino Donald Trump. Habla tan claro que cualquier niño de 9 años lo puede entender a la perfección. La Universidad de Carnegie Mellon acaba de realizar un estudio en el que concluye que la mayor parte de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos -incluida Hillary Clinton- utilizan un vocabulario y una gramática del nivel de los escolares de entre 12 y 14 años. En este caso utilizan un modelo que compara la frecuencia de palabras y las construcciones entre el nivel académico y los discursos de los candidatos, una aproximación más precisa que el test aplicado en el estudio español y que el trabajo que en su día realizó el periódico Boston Globe advirtiendo un nivel ligeramente superior entre los demócratas frente a los republicanos.

En el caso español hay una mayor uniformidad y resulta curioso que, al margen de las ideologías, sean justo los candidatos de la nueva política los que emplean un discurso más elevado. ¿Eso es necesariamente bueno? Según. La investigadora de Navarra advierte que expresarse con sencillez, con naturalidad y con confianza puede resultar muy beneficioso -¿no es una de las marcas más representativas del populismo?- del mismo modo que encabezar el ranking de dificultad puede acabar siendo un lastre.

En realidad, la oratoria se estudia, se moldea y se fabrica lo mismo que ocurre con la imagen. De Albert Rivera, por ejemplo, hay ya casi tratados analizando el gesto con el que suele aparecer en público: las dos manos unidas apoyadas en el abdomen y la mano izquierda, justo debajo de la derecha, escondiendo el pulgar y acariciando el meñique. Que si es un tic nervioso, una válvula de escape contra la tensión, un gesto napoleónico… Lo curioso de su caso es que ya ha creado escuela y cada vez son más los políticos que han copiado su pose. De cualquier tendencia y de cualquier edad…

Entre trucos y estrategias, la preocupación que comparten todos los expertos -y sobre la que todos deberíamos reflexionar- es la creciente tendencia a simplificar que están imponiendo los actuales modelos de comunicación. Tanto el análisis de la imagen como el del discurso nos llevan inevitablemente a un escenario televisivo de dibujos animados, de parodias, de héroes y de villanos. Un Barrio Sésamo de "arriba" y "abajo" en estado puro.

Si así es nuestra política, tal vez deberíamos preguntarnos si así somos nosotros. Y, por encima de todo, si es así como estamos avanzando como sociedad.

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