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Elecciones

Política de embalaje

  • Con la colaboración de los medios y la connivencia final del votante, los expertos en comunicación de los partidos han convertido a los candidatos en atractivos paquetes para cautivar al consumidor

ES una abominación que un hombre se entregue completamente a las manos de los técnicos, de los escritores que le preparan los discursos, de los expertos, y luego se le presente como un atrayente paquete".

Lo dice Richard Nixon. Estamos en 1968 y el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos se enfrenta en un debate al demócrata Hubert Humphrey. Era un momento de disturbios raciales en todo el país. Habían asesinado a Martin Luther King Jr. y al candidato Robert F. Kennedy. Eran los años más convulsos de las manifestaciones masivas contra la guerra de Vietnam.

Aquel año, Nixon ganaría las elecciones pero no el cuerpo a cuerpo mediático. La lección de su fracaso fue inequívoca: "El mayor error de mi vida fue no haber aprendido a usar la televisión". Era la primera vez que la pequeña pantalla se utilizaba como arma de propaganda política en una campaña electoral. John McGinnis lo recoge en su libro The selling of the president, una obra ya de referencia en política y periodismo sobre los agresivos métodos de mercadotecnia que se han llegado a utilizar para vender a un candidato como si fuera un producto comercial.

Otra incisiva periodista, la norteamericana Janet Malcolm, lo recuerda en su provocador El periodista y el asesino para sostener dos controvertidas reflexiones que reflejan el complejo juego de intereses que subyace entre los medios y el poder: "El periodista es una especie de hombre de confianza que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas, para luego traicionarlas sin remordimiento alguno". El otro lado del tablero informativo no es más alentador: "Toda viuda embaucada, todo amante decepcionado, todo amigo traicionado, toda persona sobre la cual se escribe, sabe en algún grado lo que le aguarda y, aún con todo, permanece aferrado a esa relación impulsado por algo que es más fuerte que la razón".

¿Son los políticos, hoy, atractivos paquetes con los que encandilar a los votantes? Mucho más que en los años 60. Es la televisión, es internet y son las redes sociales. Es una vida en paralelo 2.0 que coquetea entre la realidad y la ficción. Hoy mismo, los cuatro candidatos a la Presidencia del Gobierno están encerrados, rodeados de asesores e iluminados expertos en marketing, preparando el debate de televisivo de esta noche. Rajoy, atizando a los votantes con su campaña del miedo y su advertencia sobre la frágil recuperación; Pedro Sánchez viendo cómo convencer de que es el PSOE el garante delcambio "real", el de la verdadera socialdemocracia, y no esos advenedizos de Podemos que caen todos los días en el travestismo ideológico; Pablo Iglesias, urdiendo un contraataque sereno a sus debilidades griegas y venezolanas; Albert Rivera, practicando yoga o pilates para controlar el nerviosismo congénito que lo desarmó en el debate del 20-D.

¿La culpa es del político o del periodista? ¿De los partidos o de los medios? En el espectáculo de la información, el pecado es compartido. Especialmente el de la vanidad. El que depende directamente del diafragma del foco. La sobredosis de encuestas que estos días espolean la campaña no hace más que contribuir a esa sensación de embriaguez ante la que alerta Susana Díaz. Estamos borrachos de sondeos, sí, pero también de política de pose y embalaje. Es el efecto colateral más incontrolable de la campaña: la credibilidad. Hasta qué punto dos semanas de bulimia electoral sirven para activar al electorado o para expulsarlo; para ratificar posicionamientos y prejuicios fuertemente consolidados o para despertar de la distopía con una abrupta, reveladora y dolorosa apertura de ojos .

¿Cómo se vende a un presidente? Esta noche asistiremos a una de las lecciones clave del 26-J. El debate entre candidatos será determinante por lo que convenzan y, sobre todo, por lo que ahuyenten. Pesarán los errores más que los aciertos. Al final, será el trabajo en la trastienda de los partidos el que se medirá en televisión. Pero seamos autocríticos: son responsables aquellos que se dejan embalar, lo son quienes preparan el paquete y lo somos nosotros cuando cortamos las cintas.

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