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Por la quinta temporada de 'Perdidos'

  • El desencanto se aprecia no sólo en la estimación de voto, sino también en los índices de audiencia

ESTA serie televisiva que trata de la nueva política y el escarmiento a la casta ha entrado en bucle y por muchos protagonistas que entran, se alían, prometen o se aventuran por los mares, las tramas circulan por un laberinto sin puertas. Al entrar en esta campaña estamos por la segunda temporada de Podemos, pero más bien andamos por la quinta temporada de Perdidos. Las tramas se van enrevesando sin sentido y cualquier día nos citamos, por las bravas, en un apocalipsis sobrenatural. Esto está muy por debajo de Juego de Tronos.

El desencanto ha cundido en los espectadores, votantes que se iban agitando con el impulso político de Pablo Iglesias y, como contrapeso, también de Albert Rivera. Tras un arranque prometedor en las europeas, con vientos revoltosos desde la sufrida Grecia, este serial que va camino de convertirse en culebrón tostón llegó a la meta volante de las municipales cuyo devenir, vistos sus alcaldes, no ha hecho sino ahondar en las dudas sobre esta nueva política que se ha convertido en antigua en apenas unas secuencias.

En principio el interés de muchos espectadores era que esa utopía de cabreo, por la asfixia de la crisis y de las medidas de un partido gubernamental corrompido hasta el tuétano de su sede, se había convertido en una ficción televisiva. Un Acacias colectivo actual que vivíamos juntos en Al rojo vivo, Las mañanas de Cuatro, Más vale tarde, Salvados e incluso en La marimorena. Había ilusión, como en una tensión sexual no resuelta, por comprobar cómo le iba a quedar el escaño a Pablo y a los suyos y a Albert y a sus otros. Para eso se habían cuarteado las urnas y aireado las sábanas de un gremio institucional arrastrado por las costras de sus vicios y de su distancia. Sonaba bien, pero encajaba mal.

Cuando en enero, tras el empacho de turrones y campaña, la irrealidad televisiva se hizo imagen histórica en el Congreso de los Diputados, todo fue perdiendo la gracia que se presuponía, porque tocaba hacer, decidir. Otro de los nuevos protagonistas, el socialista Pedro Sánchez, siempre atenazado por la cancelación, no siguió el destino que imaginaban los guionistas de las redes sociales. Han sido muchos capítulos previsibles y tediosos. La frustración terminó de instalarse cuando se anunció la fecha del 26 de junio.

Los altavoces televisivos que dieron alas a la ficción de los nuevos tiempos han perdido seguidores en estos meses de portazos y repetidas recepciones del Rey. Para colmo el personaje en off durante tanto tiempo, el presidente Rajoy, ha salido favorecido de su inmovilismo, lo que ha venido a desesperanzar más a los espectadores indecisos. En mayo de 2015 La Sexta tenía un 7,8% de cuota y Cuatro, 7,3%; el mes pasado anotaron 6,9% y 6,6%, un puñado de décimas que se desinflan junto a los emergentes y un escepticismo que puede confundirse con el escapismo cuando Telecinco, líder televisivo del nuevo siglo, está anotando sus mejores audiencias de los últimos diez años. Podemos nació desde los platós y Ciudadanos se moldeó también desde las tertulias. Para ser dos fenómenos televisivos, tratados con rango de serie diaria, están siendo víctimas de sus propios sorpassos, incluido otro personaje nuevo como Sánchez.

Si quedaban resquicios de duda sobre el hartazgo de la ciudadanía (de los propios espectadores), aquel Salvados de otoño, el del Tío Cuco, que casi vino a inaugurar oficiosamente la precampaña con Pablo y Albert debatiendo en un bar, fue visto por 5,2 millones de españoles, 25,2%. Su reedición, hace una semana, sólo interesó a 3,2 millones, 18,2%. Mucha población que, como poco, ha perdido el interés y ahora incluso duda si se acerca a la urna un día de calor del mes de junio para una serie que parece perdida.

andrés

gallardo

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