Empresas y empresarios

Nueva Rumasa, decadencia final

Pedro Ingelmo

La antigua Rumasa, la gran obra del empresario jerezano José María Ruiz-Mateos expropiada en 1983, inventó un sistema de autofinanciación en una economía de circuito cerrado alimentada por sus propios bancos. La Nueva Rumasa, ya sin bancos, renació sobre los rescoldos de la vieja Rumasa con la adquisición de empresas agroalimentarias y turísticas en crisis por las que apenas pagaba nada.  Asumía deudas. Esto tenía unos costes, una necesidad de liquidez, de gasto corriente. Como sistema de financiación paralelo a los créditos bancarios Ruiz-Mateos ingenió una especie de emisión de bonos, unos pagarés, a un altísimo interés -entre el 8 y el 10% a muy corto plazo-, ajeno a cualquier control. Los inversores que entregaban su dinero sin convertirse en accionistas solían ser ahorradores corrientes y molientes que acudían a estas emisiones por dos motivos: por la alta rentabilidad, cercana a la multiplicación de los panes y los peces, y por la admiración que muchas personas profesaban a la labor empresarial del creador del holding de la abeja. Duros a dos pesetas que tenían una mezcla de ingenua ambición y cierto culto a la personalidad. Pero no sabían, en realidad, qué pasaba con su dinero, cómo su dinero se movía por ese circuito cerrado repleto de fugas.

Pese a los indicios anteriores, a los avisos lanzados por la Comisión Nacional del Mercado de Valores recordando que nadie protegía esa inversión, la realidad no estalla en las manos de los 5.000 pequeños inversores hasta febrero de 2011, que empiezan a sospechar que sus pagarés son papel mojado, cuando, una tras otra, la mayoría de las 117 empresas de la abeja resucitada solicitan concurso de acreedores y sus 10.000 trabajadores sufren para cobrar cada mes. En mayo de ese mismo año, la propia familia Ruiz-Mateos certifica las sospechas: no puede hacer frente a los pagarés y admite que debe a los acreedores en torno a 1.200 millones de euros. Una inmensidad. A Ruiz-Mateos se le había agotado el crédito.

El final de 2011 es frenético. Al tiempo que el juez imputa a José María Ruiz-Mateos por estafa, éste vende su imperio a un fondo butire, detrás del que está Angel de Cabo, el mismo hombre que había intentado salvar el patrimonio de Gerardo Díaz Ferrán en el caso Marsans y que acabó el año 2012 entre rejas. Según pasan los meses, las cosas no hacen sino empeorar. La ira de los antiguos admiradores de Ruiz-Mateos, que habían depositado -no siempre de manera transparente- sus ahorros en Nueva Rumasa se transforma en nuevas demandas. El caso de la compra de un hotel en Mallorca vuelve a proyectar la sombra de la cárcel sobre el empresario, que elude al juez aduciendo problemas de salud. Al tiempo, su abogado de confianza desde hace años, Joaquín Yvancos, le da la espalda y empieza a hablar en la prensa de cómo funcionaban las cosas dentro del corazón de la abeja y hasta Pérez Cabo dice sentirse estafado al ver que no puede acceder a la gestión (venta) de las dos grandes firmas del holding, Clesa y Dhul. Abatido, un Ruiz-Mateos agotado, con Parkinson, ya muy mayor -82 años- para encajar golpes por frentes tan diversos, escribe en una carta abierta "soy un don nadie", pero sostiene que, como hombre de honor, devolverá lo que debe y hace un canto de amor a su extensa familia: "Somos una familia pétrea compacta y granítica; que es la envidia de muchas". Hasta esto falló en estos dos años de decadencia del que fue uno de los principales empresarios de este país: en los juzgados los hijos de Ruiz-Mateos afirman desconocer las finanzas del holding, que todo lo controlaba su padre, que ellos no sabían nada. Todos los hijos no. Una de las hijas, la mayor, ha planteado una demanda contra el resto de los hermanos por fraude. Hasta la familia granítica se resquebraja.

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