Cerramos el año políticamente más convulso de la nuestra historia reciente con la expresión 'democracia interna' recurrentemente referida. Se avecinan congresos que determinarán el futuro de los partidos que debaten, más que sobre las propuestas que presentarán, sobre el modelo organizativo para elegir dirigentes.

Empezando por un PP que, a las puertas de un congreso en el que nadie osará rechistarle al líder plenipotenciario, que resucitó a los seis meses de entre los muertos gracias a la desconfianza bidireccional entre las izquierdas, reelegirá a Rajoy, dios mediante, mientras sus nuevas caras, con cutis más tersos, intentan convencernos de que el sistema de delegados es tan democrático como los demás. En pleno esplendor gubernamental, toda la incipiente corriente crítica que hace un año empezaba a cacarear se la envainará.

La izquierda bascula entre un Podemos que lleva el concepto de democracia interna demasiado lejos, aireando sus vergüenzas hasta la impudicia, y un PSOE con el que pastelea sin disimulo el PP (el ejemplo del planeado reparto de los miembros del TC es un escarnio), en su afán por ningunear a Ciudadanos hasta convertirlo en irrelevante.

Los socialistas, tras haber ejercido de pioneros con aquellas legendarias primarias, parecen escarmentados de tanta democracia y no se esconden a la hora ponerle peros, adoptando el peligroso camino de la involución. Ante la sola posibilidad de que la militancia pueda devolver a la secretaría general a Sánchez, los actuales dirigentes no se tapan declarando que las bases están demasiado radicalizadas, incluso "podemizadas", y que no es buena idea que decidan porque 'no tienen suficiente cultura política' o 'se dejan arrastrar por argumentos fáciles y capciosos'.

Los mismos que ya escuchamos en la película Lo que queda del día. La trama principal era el amor no consumado de James Stevens (Anthony Hopkins), un mayordomo eficiente, consagrado a la obediencia y el protocolo; un hombre contenido hasta la asfixia emocional, reprimido y atormentado pero de gesto imperturbable. El trasfondo nos trasladaba a los años treinta, en la mansión Darlington Hall, donde el señor de la casa, simpatizante de la causa nazi, se reúnía con prohombres de tendencias totalitarias, incluido Oswald Mosley, fundador del partido fascista británico. En una escena un presuntuoso invitado, tratando de demostrar la inviabilidad del sufragio universal, ridiculiza a Stevens haciéndole preguntas de geopolítica internacional, a las que este rehúsa responder no por carecer de respuesta sino por considerar que no le corresponde tenerla. Por posición, por origen, por nacimiento, por casta. ¿Les suena la palabra?

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