carolyn Richmond, presidenta de la Fundación Francisco Ayala

"El centenario fue la fiesta final de una generación"

"El centenario fue la fiesta final de una generación"

"El centenario fue la fiesta final de una generación" / carlos gil

-¿Se siente rara avis dentro del club de las viudas o herederas de escritores?

-Lo que pasa en otras fundaciones es exactamente lo mismo que pasa en la política o en las universidades. A los medios les interesa la excepción porque significa escándalo, pero si la cosas funcionan bien no se habla de eso.

Cuando regresó había escrito la mayor parte de su obra y tenía la apreciación de que no tenía público"

-¿Se pregunta a menudo qué pensaría Francisco Ayala de la actual situación política con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca?

-Él siempre decía que es la condición humana. Siempre empezaba con ese discurso, como una especie de pecado original. Vivió muchas cosas terribles y las escribió, pero de un modo racional, tratando entender de una manera intelectual lo que estaba pasando. Decía que el poder es siempre una usurpación, que es lo que estamos viviendo ahora. Otra de sus grandes preocupaciones fue el tema de los nacionalismos.

-Usted y Francisco Ayala mantuvieron una relación de igual a igual y fueron colegas en el Brooklyn College. Sin embargo, se dan muchos casos de escritores a los que les asusta tener a una compañera que esté en su mismo plano intelectual...

-La nuestra no fue la historia de la alumna que se enamora del profesor. Era un hombre liberal que creía, con perdón, en la superioridad de la mujer. Y tenía razón. Recuerdo cuando compramos nuestro piso en Madrid y le decía: "Francisco, la cocina está tan lejos de los salones que nunca te voy a ver". Y él me respondió: "No te preocupes, siempre que estés en la cocina voy a estar contigo". Y cumplió su promesa hasta el final de sus días. Tenía un talento especial para pelar guisantes y le encantaba el gazpacho y el ajoblanco. Se sentaba en un taburete, con 90 años, y con un cuchillo pelaba los ingredientes con el mayor cuidado del mundo. Me casé con un santo.

-¿Sigue dando los buenos días al retrato de su marido?

-Vivo sola y para mantenerse sana una persona tiene que crear una realidad cómoda. Tengo muchas fotos de mi marido y a veces le saludo, es como una broma.

-A su marido le decía que se enamoró de Granada antes que de él. ¿Cómo surgió su vocación de hispanista en un país como EEUU donde, por entonces, pocos sabían ubicar a España en el globo terráqueo?

-A mi generación se nos prohibió aprender el español porque había que hablar francés para entrar en la universidad. Supongo que había quienes tenían por entonces una actitud parecida a la de Donald Trump, los que hablan en genérico de los mexicanos para referirse a los que hablan español. La literatura española siempre ha tenido el mismo problema, a excepción de Cervantes ni se la conoce ni se la respeta. Lo que cambió fue que hice un viaje a España y me sorprendió lo pintoresco y costumbrista de este país, la Semana Santa, la Alhambra... Me encontré un país exótico, pero europeo. En la universidad descubrí el mundo de los refugiados, porque los mejores profesores eran los exiliados y nos hablaban de cómo era España antes de Franco.

-¿Qué libro de Ayala elegiría como de lectura obligatoria en los institutos?

-Sin duda Los usurpadores. Es un libro que enseña historia novelándola. Si los jóvenes no leen vamos a acabar como unos bárbaros, tenemos que sentir orgullo de nuestros intelectuales.

-Entre los periodistas, Francisco Ayala tuvo durante décadas el cartel de hombre con un fuerte carácter. ¿Era real esta imagen?

-En ese sentido era muy granadino. En el periodismo no toleraba ni la falta de preparación ni la estupidez. En los setenta ya estaban cambiando las cosas y él tenía el deseo de definirse como uno de los exiliados que volvía a su país. Ayala tenía conciencia de su papel, se veía desde dentro y desde fuera. Es triste, pero cuando regresó ya había hecho la mayor parte de su obra en el extranjero. Imagínese que tiene algo que comunicar, pero no tiene público. Él tenía esta apreciación.

-¿No tuvo la tentación de involucrarse de manera más directa en la política durante la Transición?

-Le invitaron, pero no quiso. Él era un intelectual independiente y ya no era su hora, era un hombre que había nacido en 1906. Cuando se llega a los 50 todos tenemos nuestras pequeñas crisis y es cuando nuestros amigos aparecen con un coche descapotable y una joven rubia a su lado. Pero él regresó con setenta años.

-¿Y cómo sobrevivió a la inhumana agenda de actos cuando celebró su centenario en 2006?

-Fue muy duro física y mentalmente. Pero esa celebración del centenario fue algo simbólico, como el final de una época política. En el futuro se verá así, él cumplió pero no fue nada fácil. Imagínese la casa invadida continuamente por periodistas, acudiendo a todos los actos programados... Había momentos en los que él decía: "No puedo más". Pero siguió porque entendía que estaba haciendo algo por España, y en unos años creo que se verá el verdadero significado que tuvo la celebración de su centenario. Fue la gran fiesta final de una generación, de una manera de vivir.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios