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Entrevistas

"Los primeros Borbones dejaron muchos problemas pendientes"

-En Donde se alzan los tronos (Planeta) sigue los pasos de la Princesa de Ursinos, que tuvo tanta influencia sobre Felipe V (nieto del Rey Sol que inauguró la dinastía borbónica en España) como el Conde Duque de Olivares en la corte de Felipe IV. ¿Cómo surge su interés por un período poco novelado de la Historia española?

-Los siglos XVII, XVIII y XIX me interesan mucho, porque creo que nuestra sociedad es heredera directa de ellos. Y cuando lees sobre la España de principios del XVIII, siempre aparece la Princesa de Ursinos, por algún sitio. Como historiadora, suelo fijarme mucho en las mujeres. Así que, simplemente, tiré de ese hilo.

-¿Por qué sabemos tan poco de la Princesa actualmente?

-Sabemos poco porque era mujer. La Historia la han escrito los hombres, al menos hasta hace tres o cuatro décadas, y han tendido a minusvalorar a las mujeres. Es así, y hay que reconocerlo. No hay mucha bibliografía sobre ella, y la poca que hay (dos libros), está en francés.

-Ambiciosa, inteligente y tan falta de escrúpulos como los reyes y nobles que la rodean. ¿Fue una adelantada a su tiempo, una precursora de Thatcher y Merkel?

-Sí, es una mujer muy excepcional en su época, que diseñó y dirigió su propia carrera política. Lo normal era que las mujeres ambiciosas tuvieran que resignarse o esconderse detrás de un hombre poderoso, como esposas o amantes. Ella fue muy valiente y rara en la historia.

-El libro nos muestra cómo el Rey Sol manipula desde Versalles la gestión de Felipe V. Ahora, decisiones esenciales para los españoles se toman en Bruselas o Berlín.

-Como decía Oscar Wilde, a veces la vida imita al arte. Cuando yo empecé la novela, hace casi dos años, aún no veíamos eso tan claro. Ahora parece bastante evidente. No es la primera vez que vienen de fuera a decirnos cómo debemos hacer las cosas.

-Son muy jocosas las escenas que describen la vida en Versalles, donde las costumbres eran más relajadas que en el Alcázar madrileño, residencia de la corte española. ¿Disfrutó recreándolas?

-Disfruté burlándome de la pompa absurda, del ceremonial ridículo que suele acompañar a los poderosos, que tienden a demostrar con esa impostación que están por encima de los demás. La verdad es que conozco bien el arte y la arquitectura de esa época. Qué duda cabe que eso me facilitó el trabajo. Siempre digo que los historiadores, y sobre todo los historiadores del arte, como yo, paseamos con más comodidad por los palacios que por los centros comerciales.

-La Princesa de Ursinos lucha por importar la moda francesa a una España que había hecho del luto y el guardainfante símbolos patrios. ¿Triunfa realmente?

-No, no del todo. Esa lucha puede parecer una frivolidad, pero esas dos maneras de vestirse tenían mucho que ver con la forma de entender la vida. Lamentablemente, en España triunfaba la negrura del catolicismo de la Contrarreforma, frente a la sensualidad francesa. Y eso siguió siendo así hasta hace muy poco.

-Al primer Borbón sólo parecen interesarle la caza, las artes amatorias y la guerra. ¿Le absuelve en su novela?

-En el libro lo trato con mucha ironía, como a todos los poderosos que circulan por él, y que podrían ser los poderosos de este tiempo. Pero como persona real, me provoca compasión: padecía un trastorno bipolar y, obviamente, nadie supo curarle. Tuvo que ser una vida difícil.

-Aborda también el papel del comercio esclavista y cómo las decisiones dinásticas que originan la guerra de Sucesión ahondan la división entre reinos que aún hoy late en el pulso independentista de Cataluña o el País Vasco. ¿Le sorprende la actualidad de esos temas?

-Sí, realmente ese conflicto lo hemos heredado de entonces, porque los Borbones se empeñaron en crear un estado centralista a la manera francesa, y dejaron muchos problemas pendientes que, por lo que parece, aún no se han resuelto del todo. En cuanto a la economía esclavista, me sorprende que los españoles tengamos tan mitificada nuestra historia que hemos llegado a creernos que aquí no existió la esclavitud. Lo cierto es que la esclavitud no se abolió en España hasta 1837. Y que, durante siglos, los reyes de España se llevaban una comisión por cada esclavo que era vendido en América. La historia siempre tiene enormes manchas. Y el presente, también: ya no se hacen guerras por el control del mercado negrero, como la de Sucesión, pero sí por el petróleo, el gas y otras materias primas, como ha ocurrido en Iraq, Afganistán o Libia. Por mucho que nos lo envuelvan en palabras bonitas, la mayor parte de las guerras se hacen por razones económicas y comerciales.

-¿Cuáles son sus lecturas favoritas? ¿Qué canon literario español le interesa reivindicar en este momento?

-Leo mucha historia, más que novela. ¿Canon literario español…? Uno que incluya a las grandes escritoras al mismo nivel que los grandes escritores. Donde aparezcan tratadas con respeto María de Zayas, Emilia Pardo Bazán o Rosalía de Castro, por citar algunas del pasado. Lamentablemente, eso aún no ocurre. Todavía cargamos con el baldón de ser las hermanas menores de los grandes escritores varones.

-¿Cuál debería ser la posición de un intelectual ante el derrumbe del Estado de bienestar al que asiste Europa?

-Creo que cada uno debe -y puede- hacer lo que quiera. Personalmente, me siento muy concernida por todo lo que sucede a mi alrededor y, puesto que tengo la suerte de tener una voz que es escuchada, procuro prestársela a quienes no la tienen.

-¿Sobrevivirán las letras y el periodismo a esta crisis?

-Sí, sí, por supuesto. Las narraciones y el pensamiento forman parte de la condición humana, nos acompañan desde que existimos como personas, porque son la única manera de explicarnos a nosotros mismos como individuos y como sociedades, con toda nuestra complejidad. Mientras exista esta especie, habrá letras y cultura. Lo que no sé es cuánto tiempo nos queda. Sospecho que estamos condenados a la extinción.

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