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Las claves

Debates electorales: el eterno problema

  • Campaña. Después del encorsetado cara a cara entre Rajoy y Sánchez el pasado diciembre, estos comicios contarán con un debate a cuatro entre los candidatos de los principales partidos.

JORGE Moragas, jefe de la campaña del PP, llegó a la reunión del comité electoral de su partido con una propuesta: el candidato y presidente de Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, sólo participaría en un debate a cuatro. Y ante la cantidad de ofertas de emisoras de televisión y radio, algunas de ellas de internet, proponía que el debate lo organizara la pública, Radiotelevisión Española, ante la opinión generalizada de que no podía ser encargado nuevamente a la Academia de Televisión. Porque era también opinión generalizada de que el cara a cara entre Rajoy y Sánchez habría exigido que el moderador impusiera más autoridad para impedir el tenso cruce de reproches que sobrepasó los límites de lo que se considera adecuado para un debate de esas características.

El nombre de RTVE fue recibido con escepticismo por los miembros del comité electoral del PP. La propuesta de Moragas no tenía absolutamente ninguna posibilidad de éxito, porque no la aceptarían el resto de las televisiones -tanto Atresmedia como Mediaset esgrimirían algo tan contundente como que sus cadenas tenían mucha más audiencia que la pública y tan buenos o mejores equipos profesionales- y los partidos de la actual oposición expresarían su desacuerdo con una televisión contra la que arremeten sin piedad por considerarla sectaria. Acusación que por otra parte siempre está en boca de la oposición de todos los gobiernos que hasta ahora ha habido.

Moragas recogió velas y empezó el debate sobre el debate, en el que hubo muchas coincidencias: se va proponer que lo organice una institución de prestigio relacionada con la comunicación, que se impliquen en las cuestiones técnicas las grandes cadenas nacionales, y que sean las grandes cadenas nacionales las que decidan sobre la persona más adecuada para moderar el debate, que incluso podría no ser una única persona, sino representantes de las diferentes cadenas.

Se baraja estos días un nombre, el de la Asociación de la Prensa de Madrid, cuya presidenta, Victoria Prego, es una periodista de objetividad incuestionable y con larga experiencia en información política y en dirigir y participar en debates y tertulias. Pero la última palabra la tienen las televisiones y los equipos electorales de los diferentes partidos.

El debate a cuatro es el que más interesa. Porque no se va celebrar un cara a cara entre Rajoy y Sánchez como ocurrió en la anterior convocatoria. Aunque Sánchez lo ha intentado. No ha sido el único: Pablo Iglesias, en su afán de presentarse como el auténtico líder de la oposición ya que suma más votos que el PSOE porque a los suyos añade los de Izquierda Unida, también ha solicitado un cara a cara con el presidente candidato. Sabía que no tenía ninguna posibilidad de éxito, pero venía bien para su estrategia de presentarse como actual segunda fuerza.

¿Sirven para algo los debates electorales? La mayoría de los expertos en cuestiones electorales afirman que las campañas en España apenas mueven un 2%, ya que la mayoría de la gente tiene su voto decidido aunque no siempre lo confiesa; pero afirman también que uno de los aspectos que influyen en ese 2% es un debate. Un error garrafal de un candidato -pero tiene que ser garrafal- puede restarle apoyos, y de hecho se ha afianzado la idea de que Pedro Sánchez perdió puntos cuando arremetió con tanta agresividad contra Rajoy en el cara a cara de hace unos meses. Él mismo ha reconocido después que se equivocó.

Se pone siempre el ejemplo del debate entre Kennedy y Nixon, hay coincidencia en que el rostro sombrado de Nixon a pesar del afeitado, más las gotas de sudor, jugaron a la contra ante el atractivo y más joven Kennedy. Y los franceses piensan que el debate entre Sarkozy y Hollande, en el que el socialista partía como perdedor, le dio el triunfo frente a Sarkozy porque se expresó con más seguridad en sí mismo y supo poner en cuestión la actitud ética del hasta entonces presidente. Chirac se negó a un debate con Jean Marie Le Pen porque temía que el candidato ultraderechista pudiera ganarle con su previsible actitud de ataques desabridos y acusaciones presentadas en un tono hiriente aunque que no fueran ciertas. Y es de dominio público que en los dos debates que mantuvieron Felipe González y Aznar, uno ganado por el entonces presidente y el otro por el candidato, tuvo repercusión en las urnas la forma en que presentaron sus propuestas sobre las pensiones y cómo destrozaron dialécticamente las propuestas del adversario.

En España, cada vez que se acerca una campaña electoral, se abre el debate sobre los debates. Siempre, sin excepción, los candidatos de la oposición critican las evasivas del candidato que gobierna y sus intentos de reducir los debates al máximo. O no celebrarlos.

Esa situación sin embargo es muy similar a la de los países europeos, en donde no está regulada por ley la obligatoriedad de los debates electorales y la fórmula para su celebración. Con una excepción, Italia, donde no hay ley pero sí norma: los debates se celebran siempre en la televisión pública, la RAI, y una comisión especial quien regula cómo debe realizarse.

Existe una razón para acordar que sea la televisión pública: nadie se fiaba de Berlusconi, propietario de influyentes medios de comunicación entre los que se incluyen televisiones, nunca ha tenido pudor en utilizarlos a su favor ante el contrario. Y por tanto colocaba a sus contrincantes en inferioridad de condiciones.

En Francia se celebran pocos debates, y sólo interesa el cara a cara entre los dos candidatos a la Presidencia de la República en la segunda vuelta. En Alemania también son escasos los debates electorales, que desde hace tiempo son siempre entre los candidatos de la CDU y el SPD, conservadores y socialdemócratas que se turnan en el gobierno... o gobiernan en coalición. Y en el Reino Unido no existe excesiva cultura de debates electorales, con una situación similar a la española, hay debates de segundos niveles en distintas combinaciones. Pero Cameron, por ejemplo, se negó a participar en el último con los cinco partidos con mayor representación parlamentaria en Westminster.

En un mes se celebran elecciones importantísimas, quizá las elecciones en las que más se juega el futuro de España, pues se acaba el bipartidismo que ha dado estabilidad a los últimos cuarenta años y además emerge con fuerza un partido que podía considerarse muy próximo a lo que defienden los antisistema. Los debates parlamentarios no van a determinar el resultado electoral, pero influyen. Por eso es tan necesario acertar: en la organización de los que se celebren, en la fórmula, en los moderadores y en los participantes. Y que los candidatos sepan defender su proyecto.

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