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"Oí un ruido y Beiro murió"

  • Tres guardias civiles, uno, superviviente de un atentado, relatan su dura experiencia mientras estuvieron destinados en el País Vasco, que les ha marcado de por vida

A menudo se sorprenden aún mirando los bajos del coche. Sentándose en los bares de frente a la puerta, la espalda a salvo. O mirando a un lado y a otro cuando paran ante un semáforo. "La verdad es que te marca", dice uno. Y los otros dos, por supuesto, coinciden.

Tres guardias civiles gaditanos que han estado destinados en el País Vasco, en diferentes épocas durante las tres últimas décadas, desgranan a Diario de Cádiz sus duras vivencias. El atentado que ha segado la vida de Juan Manuel Piñuel, en Legutiano, Álava, ha vuelto a resucitar el horror por el que pasaron. Ellos, como tantos otros, son las otras víctimas, las que no se contabilizan en las estadísticas oficiales aunque a ellos la procesión les siga yendo por dentro.

El testimonio de uno, el último que ha estado allí, en 2002, cuando ya se hablaba de un cambio en la calle, es especialmente estremecedor. No en vano es uno de los supervivientes del atentado con una pancarta bomba en un pequeño pueblecito en la parte norte de Navarra, "la cuna del terrorismo", dice, Leiza, donde murió Juan Carlos Beiro. Sólo recuerda que oyó un ruido y su compañero murió. Los tres primeros años tuvo pesadillas. Ahora lo sobrelleva como puede.

A punto de jubilarse está el guardia que estuvo en el País Vasco en la década del plomo, en los años 79, 80 y 81. Su historia es muy dura. Y no se anda por las ramas. "El primer trauma es ir forzoso". Pide por favor permanecer en el anonimato, igual que los otros dos. No se fían.

"Yo sólo pensaba que no quería morir. Entonces tenía tres hijos. Dejé a dos con mi suegra, y mi mujer y yo nos fuimos con el pequeño para Bilbao. No sabía si los volvería a ver". De padre guardia, se metió para hacer la mili en el cuartel. Con los años ha terminado teniendo cinco hijos. Ninguno es guardia. "Mi mujer se ha encargado de quitarles la idea. Ha hecho bien. Esto no es vida". Se alegra de que ahora ir al País Vasco sea voluntario. En su época no les daban ni cursillo de auto protección. Su familia lo pasó muy mal. "Te dicen que no puedes decir que eres guardia. Yo decía que era portuario. Y llevaba un casco en el coche. A mi hijo pequeño, que tenía siete años, no paraba de repetirle no digas que tu padre es guardia". Y, se ríe al recordarlo, "las cosas de los niños: cuando iba a reñir a mi hijo, me decía papá como me pegues le digo a la gente que eres guardia. Lo mandé para Cádiz y nos llevamos a Bilbao a otro que era más formal". Hicieron mucha amistad con un matrimonio vasco al que no confesaron hasta años después, ya en Cádiz, cuando los invitaron a visitarles, que él era guardia. "Mi mujer le preguntó a ella si hubieran salido con nosotros si hubieran sabido que yo era agente. Dijo que no. Pero por miedo".

"Hoy la gente va a los entierros. Entonces no veías a nadie. Los sepelios se hacían en el bar de la Comandancia, detrás de la cortina, en un salón que habilitaban. Y allí querían que celebrara la Primera Comunión mi hijo. Me negué". Años después le ofrecieron en el País Vasco una vacante en el Cesid y dijo que no. Han pasado casi 30 años desde que estuvo allí y cree que las cosas han mejorado. "Se va avanzando. Ahora nos aplauden".

Algo más fácil lo tuvo, diez años después, otro guardia civil que estuvo también destinado en Bilbao, entre el 91 y el 93. Reconoce que tuvo suerte, que no lo pasó tan mal como los compañeros en los pueblos. Entonces, estaba casado pero aún no tenía hijos. Su mujer lo pasó muy mal. Vivían en un piso de alquiler, y a él le dejaban ir de paisano. Ella estaba casi todo el día en casa. Él se llevó una vez un susto de muerte: un coche coincidió tres veces detrás suya. "Avisé y lo investigaron. Fue una coincidencia". Siempre ocultó su profesión. Cambiaba de horarios, de itinerarios. "Si ven que no eres objetivo fácil, te dejan. Aunque matar es muy fácil. Por eso hay que ponérselo lo más difícil que se pueda". Él también fue forzoso. Durante su estancia, hubo cuatro atentados. Los recuerda todos. No volvería al País Vasco ni loco. "No se me ha perdido nada allí. Cuando me salió la vacante para Cádiz, di mil botes de alegría y me emborraché".

El superviviente del atentado de Leiza es el menos esperanzado con que la situación cambie en el País Vasco. Fue voluntario, para tener preferencia para coger destino, pero no le tocó donde quería, el sur de Navarra, sino al norte, "la cuna del terrorismo". No llevaba ni tres meses y se libró de milagro de saltar por las aires con la pancarta que mató a su compañero. Recuerda esos días como un infierno. "La casa cuartel tenía un siglo de antigüedad. No nos vendían en las tiendas. A mí me echaron de un supermercado. Los niños te escupían por la calle. Es lo que han mamado y lo que maman. Yo creo que no ha cambiado nada". Demoledores son sus críticas sobre la seguridad con que hacía su trabajo, hace sólo seis años. "Había sólo tres cámaras y una no funcionaba. Y las otras dos eran en blanco y negro. Los inhibidores de frecuencia no funcionaban. Si te ponías el chaleco anti bala, de la época de Franco, te tenías que quitar la pistola porque si no no te entraba. Estábamos vendidos".

El rechazo que sufrían aún le escuece. "Es triste. Viven allí mejor que quieren, ganan el doble. Ni te explicas por qué se complican con esto". Tras el atentado, estuvo de baja con rotura de tímpanos y heridas provocadas por la metralla de las que se ha recuperado bien. Los médicos decían que debían destinarlo aquí, en Andalucía, pero la Dirección General insistía en que tenía que volver. "Pasaron dos años y me dieron la baja definitiva". Ahora, fuera del Cuerpo, se gana la vida como monitor de fútbol de chavales. Y ha conseguido sus sueños: casarse y hacerse la casita, los mismos que le llevaron a pedir el País Vasco para acelerar su destino en Cádiz. Paradojas de la vida, tiene lo que quería. Pero a qué precio. "No se olvida pero se atenúa mucho", asegura con convicción.

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