Primera Fila

La bienal de los diálogos musicales

Charo Ramos

Dirigida por primera vez en su historia por una mujer, Rosalía Gómez, la XVII Bienal de Flamenco de Sevilla puso el acento en los jóvenes y en el diálogo sonoro para abrir nuevos caminos a un festival al que los recortes presupuestarios habían colocado en una difícil encrucijada. Meses antes de alzarse el telón en los Reales Alcázares, los grandes nombres que lideran el arte jondo habían optado por no participar en la cita. Miguel Poveda, Paco de Lucía, José Mercé, Rocío Molina, Estrella Morente o Eva Yerbabuena, por motivos tan diferentes como los cachés o la maternidad, declinaban asistir. Y el sevillano Israel Galván, que apenas tres meses después debutaría como coreógrafo del Teatro Real con su ambicioso montaje sobre el Holocausto gitano, rehusaba preestrenar aquí Lo Real. Esta situación, con escasos precedentes en la concepción de la cita jonda, coincidía con la rebaja del 50% de sus partidas, motivada por la crisis general tanto como por la supresión de apoyos habituales, siendo el más flagrante el de la Consejería de Turismo, que retiró sorpresivamente su patrocinio tras el cambio de Gobierno autonómico.

Fue difícil para la directora de la Bienal, una reconocida crítica escénica, curtida en la traducción y el periodismo, encontrar argumentos artísticos que alentaran a los aficionados a pagar su entrada en momentos muy difíciles para el consumo cultural. Sin embargo, Rosalía Gómez apostó por el encuentro entre los maestros más veteranos y unos jóvenes a los que iba a dar por primera vez la oportunidad de presentar a lo grande sus propuestas para sacar adelante una edición que regaló momentos de inusitada belleza. 

El baile, al que estaba originalmente dedicada esta Bienal, destacó gracias a María Pagés (ganadora del Giraldillo por su danza en Utopía, celebración del legado vital y arquitectónico de Niemeyer), Sara Baras (campeona del público con La Pepa, que llenó tres noches consecutivas el Maestranza), Rosario Toledo (magistral como Doña Belisa en Aleluya Erótica, Giraldillo al mejor espectáculo), Patricia Guerrero (la Artista Revelación), Rafael Estévez y Valeriano Paños (artífices de La consagración, Giraldillo a la mejor coreografía, y de Romances, que atrajo hacia Juan Kruz el premio a la mejor dirección escénica) así como a la maestría de Javier Latorre. No menos importante fue la labor de Manuela Carrasco, encargada de inaugurar el festival el 3 de septiembre y de jalear a la escuela sevillana con esa pataíta libérrima que puso el epílogo a La punta y la raíz, espectáculo de clausura dirigido por Rafaela Carrasco que lograría el Premio Especial de la Bienal. 

 

En el apartado vocal la muestra brindó a los aficionados escenas imborrables, como la soleá que El Pele cantó en el límite de sus fuerzas a Manuela Carrasco en la inauguración (el Momento Mágico de la Bienal), o la enciclopédica lección de José Valencia en el convento de Santa Clara, donde presentó su disco Sólo Flamenco, por el que mereció el Giraldillo de cante de esta edición. José Ángel Carmona brilló como voz de acompañamiento por su labor en Rosa, Metal, Ceniza, el espectáculo de la cordobesa Olga Pericet, otra bailaora consagrada en esta edición.

 

La guitarra, por su parte, encontró en el talento de Antonio Rey y Dani de Morón sus mejores resultados artísticos, además de reconocerse la figura de Juan Requena en el toque de acompañamiento, una escuela laureada en esta edición al entregarse en el marco de la Bienal el Compás del Cante de la Fundación Cruzcampo al maestro Manolo Franco.

Posiblemente el espectáculo Las idas y las vueltas, un encuentro entre el flamenco y las músicas barrocas protagonizado por el cantaor onubense Arcángel y la Accademia del Piacere que dirige Fahmi Alqhai, simbolice lo que quiso ser esta Bienal: un espacio para el mestizaje, para buscar nuevos caminos sin dejar de afirmar la memoria y la propia personalidad jonda. Un lugar para la celebración de un patrimonio que está vivo y que no pertenece en exclusiva a nadie, como demostró igualmente el multitudinario flashmob bailado simultáneamente en Sevilla y diversas capitales de tres continentes. 

 

Al emplazar gran parte de sus espectáculos en escenarios singulares, como el convento de Santa Clara, el Alcázar o el nuevo Auditorio Fibes (sede del homenaje a Camarón y de la Medea que repuso el Ballet Nacional de España), la Bienal logró también hacernos reflexionar sobre la importancia del patrimonio que atesora Sevilla, un tesoro vivo que, como el arte jondo, se debe preservar para el futuro. Esto nos lleva a desear una apuesta económica más decidida para la próxima edición de 2104 y la  creación de un Patronato que proteja a la Bienal de las tormentas políticas que nublaron su desarrollo pero no lograron empañar la calidad artística de la mayoría de sus propuestas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios