Si es tradición...

A fin de cuentas, ¿qué es una tradición? ni más ni menos algo que se viene haciendo desde hace mucho tiempo.

Si piensan que solo soy un eco, tal vez lleven razón. Durante estos días se ha oído hablar mucho del peso de las tradiciones, del modo en el que el valor de la tradición se superpone incluso a la misma normativa vigente. Se trata de reflexiones, presentes en distintos medios y que han puesto en solfa algunas de las decisiones de algunas autoridades actuales. Confieso que yo también las he oído, pero mi decisión de escribir sobre el tema había sido previa. Porque yo también estoy en franco desacuerdo no solo con esas decisiones en concreto, sino también del recurso a la tradición para justificarlas. A fin de cuentas, ¿qué es una tradición? Ni más ni menos que algo que se viene haciendo desde hace mucho tiempo. Nada más. Es algo que alguna vez tuvo alguna justificación, dependiendo del momento en el que se instauraron, pero que con el paso del tiempo posiblemente exija alguna razón más convincente que su simple longevidad para mantenerla. Así, por ejemplo, puede que en un Estado confesional se pueda aceptar que el uso de la bandera, que la simbología que encierra su izado, su arriado, o la altura en la que se encuentre respecto a la longitud del asta, pueda ponerse en conexión con celebraciones religiosas. También hay quien piensa que, si el himno nacional representa a todos los españoles, y está reglamentado su uso, no debe utilizarse por cualquier banda de tambores y cornetas en circunstancias que nada tienen que ver con el uso previsto. Y no vale recurrir a la tradición. Porque tradicionales han sido tantas y tantas actuaciones que, por fortuna, ya se han conseguido erradicar. A nadie se le ocurre seguir manteniendo lo de tirar una cabra desde un campanario, ni jugar a arrancarle la cabeza a un pollo enterrado en el suelo. Y que conste que se ha hecho durante muchísimo tiempo. Se puede argüir que son esas unas tradiciones poco importantes y nada significativas (aunque habría que preguntarle a los que se resistieron a erradicarla). Pero para evitar este tipo de valoraciones habría que generar un criterio general que permita distinguir cuáles son las tradiciones admisibles y cuáles tendrían que olvidarse. Sigo reivindicando la racionalidad como criterio tanto para defenestrar el pasado sin sentido como para poner en cuestión las novedades que se presentan como panaceas para ciertos problemas y que o son solamente un fraude o, lo que no sé si es peor, francamente contraproducentes.

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