En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Generación Vinilo

La del vinilo ha sido una resurrección lenta, pero resurrección al fin y al cabo, para alegría de aquella generación que nunca renegó del ritual de escuchar música a 33 o a 45 revoluciones por minuto. Y nunca renegó, aunque el compact disc se empeñara en invitar a muchos de sus miembros a apostatar de esa religión que siempre veneró al disco, del que la propia industria se llegó a olvidar hasta matarlo mientras el siglo XX caminaba hacia su fin. Como en mucho de lo que tiene que ver con el rock, pop, blues, folk..., Reino Unido ha marcado el camino de esa resurrección. En tierras británicas, 2016 se cerró con las mejores ventas en 25 años, según datos de la British Phonographic Industry (BPI, Industria Fonográfica Británica). Se despacharon más de 3,2 millones de los conocidos como LP -discos Long Play (larga duración)-, lo que supuso un aumento del 53% respecto al año anterior y la cifra más alta desde 1991. De hecho, las ventas de vinilos no han cesado de aumentar en los últimos nueve años, y ya suponen el 5% de las ventas totales de álbumes en todos los soportes.

Esos datos de la British Phonographic Industry hablan de que fue David Bowie quien -tras su inesperada muerte en enero- más discos despachó durante el pasado año tras colocar cinco en el top de los 30 más vendidos y que su último LP, Blackstar, publicado dos días antes de su muerte, fue el vinilo más vendido en 2016. Y es que raro es ya el artista o banda que no reedita su discografía en vinilo de mayor gramaje que en su edición original. Mientras más gordo, el vinilo suena mejor. Lo normal es que esa nueva edición sea en 180 gramos.

Tras esa lenta resurrección, la Generación Vinilo está de enhorabuena. Los artistas y bandas vuelven a editar sus lanzamientos en ese soporte y los fieles devotos de esa religión que adora al LP pueden seguir alimentando sus discotecas. Muchos de esos miembros de la Generación Vinilo son los mismos que hace unos años, cuando aún eran adolescentes, ahorraban para comprarse al menos un Long Play al mes, o dos si el dinero daba. Los mismos que esperaban pacientemente a que, o bien les llegara por correo aquel Hotel California de los Eagles, aquel Synchronicity de The Police o aquel Brothers in Arms de los Dire Straits que habían pedido con esos ahorros a la tienda madrileña Discoplay, o a bien a que se los trajera el local de música de sus ciudades en los que los habían encargado. Los mismos que desempaquetaban con ansia esos vinilos como si les llegara una carta de la novia, para luego compartir su audición con los amigos, una audición que acababa siendo melodías celestiales de esa religión que jamás dejó de tener fieles. Y los mismos para los que la música no es para oír, es para escuchar.

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