Donald Trump, 'El evangelista'

De aquí no saldrá nada bueno para nosotros: los microphombres que siempre padecemos la macrohistoria

El Occidente machuno y acojonado ante los retos del siglo XXI, el que ansía dar un pasito atrás y nostalgia la tarta de manzana de la tita Caroline, seguro que ayer sintió erizarse su bellito cuando vio al presidente de EEUU alzarse como nuevo mesías de la humanidad ultranacionalista e iluminada. Donald Trump, como era previsible, adoptó para tan solemne cita una actitud campechana y virilona, sin gorra yankee pero sí con ese aire de marine en la reserva que cada mañana, antes de abrir la primera cerveza del día, besa la bandera. Juró sobre un par de Biblias, la de Lincoln y otra con historia personal, y luego se lanzó con un discurso con el que le vino a soltar un par de solfas a todos los presidentes que estaban allí sentados con cara de repóker. Vino a decirles que han sido todos unos vendidos y unos mierdas, sean republicanos o sean demócratas, y se erigió a pesar de sus millones como el tipo ajeno a la casta y a los partidos, el que representa a la gente currante, corriente. Lo mismo que hace aquí nuestro Pablo Iglesias, aunque el discurso de este último tenga un sustrato subvencionador y social, propio del pandurismo, que en el del empresario ni se adivina. Sí se parecen sin embargo en otra cosa: en que su melopea, por mucho que vaya contra la globalización, busca la evangelización postfronteriza. A Trump, por ejemplo, esto se le notó ayer con claridad. Es decir, hará proselitismo y buscará pactos rápidos con sus pares, Gran Bretaña y Rusia. De ahí también se deriva que la ruptura de la Unión Europea y la OTAN, como modelo de organismos transnacionales, estará en su punto de mira. Trump, en fin, es ambicioso, y no se conformará con cambiar EEUU sino que querrá cambiar el mundo desde su concepto del Nosotros y Ellos. La UE queda por tanto como penúltimo reducto del mundo que fue, y lo malo es que sus líderes dan síntomas de triste chochez y ultraliberalismo ciego. De esa pugna entre el nacionalismo hortera de Trump y Putin y la gerontocracia neoliberal, a la que asistirá como invitado el neocomunismo visonario y cursi, no puede salir en fin nada bueno. Al menos para nosotros: los currantes de verdad, los corrientes. Los microhombres que padecemos la macrohistoria.

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