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El tren de la bruja

Campo de refugiados

  • Hasta qué punto el disfrute de la fiesta se confoma como necesidad humana perentoria.

LAS metáforas, y las armas, las carga el diablo, pero en la Feria hace de las suyas la bruja, que no es princesa de las tinieblas, sino mareada figurante del tren. Y quién sabe de qué elaborado hechizo, potente conjuro o suerte supersticiosa se habrá valido para que me dé por asimilar la Feria a un campo de refugiados. Bien puede parecer algo de lo primero el real, cuando el albero oculta el asfalto de la urbe para hacerlo vereda de la fiesta. Y tal vez se aproximen algunos feriantes a la naturaleza de los refugiados, pero la metáfora exige más explicación que la de sus dos términos por separado. Y que la bruja me alumbre, ya que tiene la culpa de embaucarme para estas disquisiciones.

A ver, primera condición, los campos de refugiados suelen ser una asentamiento temporal y en la Feria el tiempo está bien medido, desde los prolegómenos del anticipo hasta el desmontaje del así pasó la gloria efímera. Generalmente, los campos de refugiados se levantan de manera improvisada y, ojo, esto no se da, ni con mucho, en la Feria. Que priostes y mayorales sobran para cuidar hasta el detalle la estética, esa forma refinada del gusto, y los modos de estar. Satisfacen los campamentos necesidades humanas perentorias por un corto espacio de tiempo, y este rasgo casi se replica en la Feria. Cierto, cabe precisar hasta qué punto el disfrute de la fiesta se conforma como necesidad humana y, todavía más, de carácter perentorio; pero testimonios hay de sobra para cerciorar que la Feria es una necesidad sentida en los recovecos de la voluntad.

Los campos de refugiados, por otra parte, suelen estar sucios, con una higiene precaria, pero en la Feria las toneladas de basura del zafarrancho de la recogida no dan cuenta de la inmundicia, sino más bien del derroche, salvadas sean las austeras correcciones de la crisis -no hay forma de esquivarla-. Y, además, una cohorte de inspectores va de caseta en caseta alternando sustos, sin que los porteros se atrevan, claro está, a darles el alto. Cuestión importante es esta otra: si los refugiados no pueden volver a los lugares de los que han huido, se barrunta una "crisis humanitaria" bastante más desafortunada que la expresión, porque las crisis no son benignas, ni caritativas, ni benéficas, como corresponde a lo humanitario. De modo que si los feriantes no dejan la Feria, además del quebranto del bolsillo, se cuenta con una disciplina a propósito, esta misma: hasta que el cuerpo aguante. Luego la bruja no andaba perdida cuando despertó las entendederas con el cómplice escobonazo de la metáfora.

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