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Domingo de Feria

Pepe Isbert, en Pascual Márquez

  • Gran aceptación de la nueva caseta de los turistas, antigua de Abengoa. Acudieron grupos de turistas chinos, canadienses y hasta unos ingleses que viven en Peñaflor.

Un grupo de jóvenes vestidas de flamencas en la puerta de una caseta.

Un grupo de jóvenes vestidas de flamencas en la puerta de una caseta. / Belén Vargas

Y como alcalde vuestro que soy... La voz de Pepe Isbert haciendo de Juan Espadas sale sola cuando uno lee la palabra Welcome en la caseta de Pascual Márquez, 225. Ahora que se cumple su centenario, la única revolución rusa que se ha hecho en Sevilla ha sido ésta de entregarle al pueblo, aunque sea el foráneo, el palacio de la Primavera de la caseta de Abengoa. Lo que se ensayó con la Caseta Municipal en el primer Ayuntamiento democrático de 1979, cuando tomó posesión el sábado previo a la noche del pescaíto, se ha hecho realidad casi cuarenta años después. Y como la exhibición de enganches está dedicada a Rusia, sólo faltaba Berlanga, que contaba que la puesta en escena de Villar del Río recibiendo a los americanos era un homenaje al cine de Eisenstein. El acorazado Potenkim atracado frente al Mercantil.

En la pista de baile, la réplica de Sevilla en fiestas, el cuadro de Gonzalo Bilbao. En la zona más próxima al real, a un lado el clásico poema de Manuel Machado, juglar de la manzanilla, "Cádiz, salada claridad..." hasta el "... y Sevilla" de la ciudad copulativa. Al otro, un poema de Ali Ben Hisn: "Me acuerdo de ti, Sevilla, con una fuerza que sería capaz de fundir los celos que atormentan a los amantes". No era de recibo reproducir la frase de Gerald Brenan, el inglés de las Alpujarras, cuando con su elitismo del grupo de Bloomsbury proponía declararle una "segunda guerra civil a los turistas". Un sevillano que alquila apartamentos turísticos envió a esta caseta a turistas chinos, canadienses e incluso catalanes.

Andrew se dirige al mostrador en busca de dos catavinos; Andrea le hace fotos al cuadro de baile. Son ingleses de Bexhill, East Sussex. Llevan dos años viviendo en Peñaflor, el pueblo donde se casó Blas Infante. Es como las de distrito, pero con un punto cosmopolita. Lisa y Megan son de Massachusetts, dos jóvenes profesoras que han venido por primera vez a Sevilla, convencidas por una amiga norteamericana que vive aquí. Lo bueno de la Feria es que hasta lo más novedoso queda subsumido en el todo de la fiesta.

Eso es lo más ruso de la Feria, mucho antes de que Lenin viajara desde Suiza a Moscú para hacer la revolución: el sentido colectivo, el pulso de la masa en el sentido más orteguiano de la palabra.

Caseta de la Prensa en Juan Belmonte y de los Turistas en Pascual Márquez. Información y Turismo. Sólo faltan los Paradores para que el guiño a Fraga Iribarne sea completo. El lunes que fue sábado en el alumbrado vuelve a ser lunes y festivo. Día del Trabajo. Para muchos foráneos, la Feria es una semana de siete domingos, pero en realidad es una acumulación de los trabajos de Hércules: los que trabajan en la Feria, enjambre de oficios, y los que vienen sin dejar sus respectivos quehaceres. La Feria es la continuación del trabajo por otros medios.

La tortilla de espárragos de la caseta de Juan Belmonte está hecha con auténticos espárragos de Escacena del Campo. El cronista es acogido por un nieto biológico y un nieto político del fundador, Alfonso Moya Márquez, único socio cuando la caseta se puso en marcha en el Prado de San Sebastián en 1940. Sus nietos, la tercera generación, decidieron convertirla en caseta de socios: fueron 26, 28 y en la actualidad son treinta. A Pepe Izquierdo Márquez, uno de los nietos, un amigo alemán le puso Peppone por el alcalde de la novela de Giovanni Guareschi. Su padre, Epifanio Izquierdo, soriano de cuna, llegó a Sevilla poco antes de que Alfonso Moya fundara la caseta. Parece una novela de Ian McEwan. "Mi padre venía herido del frente de Aragón y se enamoró de la enfermera que le atendió". Fundó Izquierdo Benito. Palabras mayores en la sastrería sevillana. Eso es lo mejor de la Feria: detrás de cada caseta hay una historia. Delante, siempre hay un baile o un grupo de paparazzis inmortalizando en Chicuelo a los reyes de la mañana: a Carlos Herrera con su hija Rocío y a Ana Rosa Quintana con su marido sevillano. La revolución rosa.

Por Asunción se dirige a la Feria Luis Yáñez con su paraguas. A las siete empezó a llover. Hasta entonces, los paraguas sólo eran de Cherburgo, como la película que dirigió Jacques Demy, el director de cine que estuvo en el festival de cine de Sevilla. Al que años después en su versión de cine europeo vino su viuda, Agnes Varda, cineasta de la nouvelle vague. Cuando España ganó el festival de Eurovisión y el turismo empezaba a ser un buen invento. Del bastón de alcalde, a Yáñez sólo le quedó el paraguas.

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