Feria de Abril

El tiempo no pasa igual sin caballos

  • Hay un compromiso no escrito en virtud del cual los propietarios de los coches de caballos renuncian a sacar sus caballerías con el real inundado por la lluvia

Ocho euros. Un chocolate y tres buñuelos, ocho euros. Muy ricos, sin duda. En la plaza de los Buñuelos, corrala del aguardiente y orgullo de la raza caló, no hay servicios pero te cobran como si tuvieran jacuzzi. Los buñuelos del Ritz. El servicio en singular es eficiente, eso sí. Y digno de un cuadro de Bacarisas, con las buñoleras atisbando el círculo del perol como si fuera un mapa de Ptolomeo. Pero no hay servicios. En el día mundial de los Gitanos.

La lluvia ha conseguido una Feria de interiores. Desde la peste equina, no se veía un real carente de caballerías. ¿Los pares o los impares? El cara o cruz de la pluviometría. Embarga la vistosidad del real y trastorna los ritmos. No pasan igual las horas, esa mágica atonía del tránsito del mediodía a la media tarde, sin el traqueteo de las caballerías, sin el bullicio de los cocheros y la algarabía de los viajeros. "Son casi todos gente de campo y saben que cuando está el día así no se puede pasear a caballo", dice Fran Fernández, delegado de Movilidad, para explicar este pacto no escrito según el cual si llueve no hay paseo de caballos. Alguno, émulo de Tarzán en Nueva York, se habrá presentado en las inmediaciones, por Costillares o El Espartero, y habrá sido devuelto a las cuadras.

Antonio Rodrigo Torrijos estaba en una marejada de sensaciones: la alegría, sentimiento que le dominaba, no era sin embargo completa. Se dio una vuelta por las atracciones, por los habitáculos de los inmigrantes que vienen a la Feria en busca de una oportunidad para sus penurias. Y descubrió que el sol es pacifista, igualitario, pero la lluvia es clasista y desagradable. Muy beneficiosa para el campo, para el medio ambiente. Más paradojas en el debe y el haber del primer teniente de alcalde, que sólo baila sevillanas "cuando libo en exceso". Porque Torrijos no bebe, Torrijos liba. De flor en flor. Ni canto, ni bailo, ni bebo, decía, y citaba como precedente más preclaro al ex alcalde Manuel del Valle, que siempre iba a la Feria con un catavinos al cuello… para una taza de té.

La caseta de Mercasevilla era un hervidero de autoridades y bellísimas azafatas. El todo Sevilla allí resguardado de la lluvia. Y dicen que el pescado es caro. ¿Financiará Mercasevilla la próxima exposición de Sorolla? Fran Fernández y Antonio Rodrigo Torrijos, ex compañero de Corporación, mantenían una amistosa controversia sobre la relevancia patrimonial de la Feria y el Alcázar. El Alcázar sólo puede albergar 750 personas por visita, mientras que las cifras de la Feria son ilimitadas. "No está acotado, nunca se llegaría al colapso". Pese a la indiscutible solidez arquitectónica y relevancia histórica del Alcázar, dice Fernández que la Feria es más difícil de demoler que el Alcázar. No es patrimonio de la humanidad, como éste. Es la humanidad en estado puro.

A Francisco Javier Gutiérrez, director de la Banda Municipal, le gustan todas las costumbres. No es el músico que vive en la torre de marfil, entre partituras de Stravinsky y Sibelius. Le gusta la Feria, la Semana Santa, el Rocío y monta a caballo vestido de corto, como han podido atestiguar directores de orquesta de Berlín y de Burdeos. Tiene dos jacas y un purasangre. Gutiérrez fue a la Feria acompañado por Juan Carlos Estrada, su representante. No para. Dirigirá en Bilbao, traerá a Enrique García Asensio con financiación de la Estepeña. Ha compuesto sevillanas, pero pertenecen a su fuero interno.

El músico está en un grupo con Carlos López, el arquitecto que diseñará la nueva ubicación de Mercasevilla. "En términos periodísticos, serán noventa campos de fútbol", dice el arquitecto. A José María del Nido le basta con uno. El de Nervión. Pasea por Joselito el Gallo con Luis Cuervas hijo, delfín del presidente con el que Del Nido sedimentó ese verbo florido, directo, al pómulo del adversario, al corazón del amigo. La Liga se ha vuelto bíblica. A falta de siete jornadas, el Madrid le saca siete puntos a los segundos. Homenaje a Charlton Heston y a Bobby Charlton.

La Feria es un cruce de caminos. Leon Henry Fisher y Jorge Alberto Castro tuvieron que coincidir antes en Argentina y en Túnez para encontrarse ahora en esta orwelliana caseta de la calle Juan Belmonte. Uno es norteamericano de Minesotta, el otro bonaerense de islas del Tigre. Se conocieron en Argentina, hasta que el conflicto de las Malvinas mandó a Fisher a Nueva York. Las dos Américas coincidieron en Túnez de turismo con dos sevillanos, Manuel Mallén y Rafael Ramírez. Sus anfitriones en la Feria. Fisher y Castro viven en la playa alicantina de San Juan. El argentino tiene tres nacionalidades: la de su cuna, la norteamericana y la italiana. No deja de llover. Lo pagan los cocineros, que tienen que aumentar la cuota porque nadie se mueve de la caseta. Hasta que escampe.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios