Feria de Málaga

Con la música a otra parte

DÍA 8. Ha llegado la hora de la despedida. La música se va a otra parte. Desgraciadamente para la mayoría, afortunadamente para la minoría que la ha trabajado o sufrido, como vecinos del centro poco amantes del jolgorio, Fuerzas de Seguridad o empleados de limpieza. Pero, de cualquier manera, la Feria acaba hoy con la cabalgata histórica y ayer se escucharon y bailaron las últimas canciones en calles, casetas y bares. Pero antes de que callaran los altavoces, hubo tiempo para dejarse la piel, o no, en la enorme pista de baile en la que se ha convertido el centro de la ciudad durante la última semana. Porque "la vida es un carnaval y es más bello vivir cantando", como decía con gran acierto la gran Celia Cruz, a la que homenajeaba una charanga a la entrada de la calle Larios.

Ayer, igual que los días previos y los muchos que quedarán por venir, la principal vía de la ciudad se convertía en un babel de sonidos obligados a entenderse. Tras pasar el bullicio que bailaba y cantaba con la charanga, una suerte de hombre orquesta, con el teclado en una mano y la trompeta en la otra, tocaba sevillanas para que un buen número de parejas las bailaran. Unos metros más arriba, un grupito con el tambor y la guitarra ponía los acordes de la danza. Los verdiales sonaban en la esquina de la siguiente manzana y antes de llegar al final de la calle unos gaiteros trasladaban al público desde el sur hasta las tierras del norte.

Los que se desviaban un poco del recorrido y decidían adentrarse en la vecina plaza de las Flores se encontraban con el rock contundente de la banda Las chatis del sargento pimienta. Sus versiones de clásicos tenían al público entregado. Las mesas estaban abarrotadas con los que aún, un poco antes de las cuatro de la tarde, estaban con el almuerzo. Y bajo el escenario, un grupo hacía una coreografía. Estaban al sol, no importaba. Se les veía disfrutar del directo.

El rock contrastaba con las castañuelas y las cañas de un grupo de amigos que se ponía su propia banda sonora sin tener muy en cuenta los sonidos que salían de los bafles de la plaza de la Constitución. La música enlatada decía que "la vida es más divertida bailando rumbas". Pues será eso. Y algunos estaban empeñados en hacer caso y bailaban con bastantes ganas, moviendo brazos y caderas. Otros tan sólo seguían el ritmo con la cabeza, pero ahí estaban, aguantando el tipo, acompañando a sus parejas o amigos en el compás que de la rumba pasó a las sevillanas.

En la calle Granada, la melodía era distinta y los gritos de los vendedores de Cartojal, todos siguiendo la misma cadencia, dotaban el paseo de cierta sonoridad. "Cartojal, Cartojal fresquito", decían. Y es que este vino de las bodegas Málaga Virgen no ha faltado en las manos de los que han disfrutado de la Feria. Es más, según comentaban los que han servido durante las fiestas esta bebida, en el primer fin de semana la empresa vendió el mismo número de litros que en toda la Feria pasada. No había duda, el rosa fucsia de la marca ha coloreado cada rincón.

"Esta niña tarda y no tiene novio ni , con quién saldrá hasta la madrugá", se preguntaba una madre a ritmo de sevillanas en la plaza Mitjana, un rato antes de que la aglomeración de gente hiciese impracticable la vía. Y es que esta chica, como cantaban por otro altavoz cercano "se te nota en la mirada, que andas enamorada, te ha acompañado la suerte". El amor que no dejará de inspirar nunca las canciones, en su vertiente más romántica o en la más carnal, como el reggaeton que se escuchaba en la calle Comedias.

Si sevillanas y rumbas han estado muy presentes en la sintonía de esta Feria, el flamenco tampoco ha faltado. En la carpa que la Peña Juan Breva ha situado junto al edificio del Astoria a las 16:00 ya disfrutaban del cante jondo. Con un quejío contaba la cantaora historias de desengaño. La otra carpa de la peña, a las puertas del Teatro Cervantes, aún a esa hora no tenía actuación. En Madre de Dios no había ni sombra de botellón, por eso un niño corría con su patinete, la calle era suya todavía.

También en clave de rumbas se preguntaban en El Pimpi "¿quién me va a curar el corazón partío?". Pero aquí lo cantaban bajito porque la protagonista era la charla. En su casa, José Cobos saludaba con su cariñosa simpatía y sin perder la sonrisa a los clientes a pesar de tener el local hasta los topes. Y en la nueva adquisición, el Pimpi Marinero, sevillanas en directo para hacer bailar al personal.

"Dame veneno que yo quiero morir, dame veneno". La gente ya en ese punto se volvía loca y con más gracia o menos, con saber o sin él, ponían brazos en alto y se lanzaban a disfrutar de las últimas horas de la fiesta. Como Antonio, que tras comer pescaíto en El Palo, aterrizaba casi a las cinco en la calle Larios para iniciar su recorrido y quemar todos los cartuchos. "A ver si hoy engaño a una chica", bromeaba. "Y siento que la vida es triste y que no puedo vivir sin ella", cantaban más allá. Pero hay que sobreponerse, porque hoy, la música ya se habrá ido a otra parte. Y no cabe otra que decir adiós definitivamente a esta Feria 2013. Pero volverá a llegar la próxima antes de que nos demos cuenta porque como dice la madre de una amiga "ya ha terminado la Feria, ya casi tenemos aquí la Navidad".

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