La leve entidad del ser

Algunos hedonistas creen que el poder sirve para el desarrollo de las sociedades. Están equivocados

El éxito siempre ha estado relacionado con la capacidad de los hombres para conseguir sus objetivos. Constituyéndose en micro-grupos o macro-estructuras. Buscando siempre identificarse y conseguido, ejercer el liderazgo. Que no es otro, que dominar a los demás seres humanos para beneficio propio. Dicen que la responsabilidad en la toma de decisiones es fundamental a la hora de escalar dentro del organigrama del sistema. Las competencias morales o técnicas son uno de los pilares básicos para acceder al liderazgo. En algunas ocasiones, el líder se disfraza de una entidad colectiva, donde poder mover esa conciencia colectiva. En otras circunstancias, el mesías se disfraza de mortal. Come con el vulgo. Se identifica con los más desfavorecidos. Pasa desapercibido. Y, sobre todo, nos identificamos con él. Sin embargo, sus ampulosas y tordas manos no pueden ocultar lo que realmente es. Tarde o temprano, se destapa. Se quita la careta. Se desnuda. La preocupación llega cuando accede a tal cuota de dominación que es imposible arrebatársela. Controla los medios. Somete a las personas, ya sea moral o éticamente. Y sobrevive, a pesar de todo. Es indestructible, lo sabe: es intocable. Algunos hedonistas creen que el poder sirve para el desarrollo de las sociedades. Están equivocados. Nunca entendieron que los seres humanos no se sacian. Por eso, si algún día existe alguien dispuesto a destruir una sociedad o un sistema sólo tiene que proteger a ciertos personajes importantes; jefes, dirigentes, etc. Preservar los objetos valiosos de todo daño posible. Precaver las perturbaciones que puedan sobrevenir en determinados actos importantes de la vida. Proteger la propiedad del sujeto, sus campos, herramientas, etc., contra los usurpadores. Esto no lo digo yo, lo dice Freud. Sin embargo, dicen que estos pueblos que se dejan someter adoptan ante las prohibiciones una actitud paradójica y en su inconsciente no desean nada mejor que el quebrantamiento de su derecho y al mismo tiempo sienten temor a ella, le temen precisamente porque la desean y el temor es más fuerte que el deseo. Y esto último, tampoco lo digo yo. Aunque lo pensase. Todo tiene un precio. Y algunos están dispuestos a pagarlo. Sólo tenemos que esperar el momento más oportuno para asestar con el punzón en el lugar más acertado: la democracia. Y despojados de ella, no somos ni seremos nada.

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