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Industria y energía

Facturación de las energías renovables

Ana Díaz

Secretaria General Técnica Abengoa

La energía constituye uno de los ejes principales de la actividad económica y social, y como tal, un motor para el desarrollo de cualquier país. Uno de los grandes retos de los gobiernos del siglo XXI es el de garantizar a la sociedad un sistema de abastecimiento energético basado en tres objetivos: la seguridad de suministro, la competitividad económica y la sostenibilidad medioambiental.

En los últimos años el sector energético mundial, dependiente en más de un 80% de las fuentes primarias de energía procedentes de combustibles fósiles, está experimentado profundas transformaciones como consecuencia de la creciente participación de las economías emergentes en la demanda energética, y de los compromisos internacionales en materia de reducción de emisiones. Las presiones al alza de los mercados energéticos internacionales están produciendo un gran impacto sobre los países de la OCDE, con una alta dependencia energética del exterior, incidiendo directamente en su productividad.

El creciente consumo de los combustibles fósiles es origen del acelerado agotamiento de los mismos, revelando su insostenibilidad en el tiempo, a la vez que se reduce la capacidad limitada del ambiente para actuar como sumidero de las emisiones provenientes de la combustión de dichos combustibles. El aumento de estas emisiones está produciendo cambios en la composición química de la atmósfera. Dichos cambios están afectando fuertemente al clima provocando un calentamiento global que debe ser visto no sólo como una grave amenaza para la vida, sino también como un elemento de gran impacto negativo en la economía global, que de no subsanarse, expondría al mundo a una recesión que podría alcanzar el 20% del PIB mundial, según el Informe Stern sobre la economía del cambio climático.

Mitigar este impacto requiere el establecimiento de estrategias de sustitución de combustibles fósiles, así como estrategias de ahorro y eficiencia energética a nivel mundial, ya que cualquier acción en esta dirección que no comporte un compromiso a nivel global, no tendría los efectos deseados. La escala y complejidad del sistema energético, y los periodos necesarios para la penetración de nuevas tecnologías hace que sean necesarias tomas de decisiones estratégicas a largo plazo por parte de los países, en contra de intereses cortoplacistas. A las fuertes inversiones necesarias se le suma la ineludible integración entre políticas económicas, energéticas, medioambientales, industriales y de I+D.

En esta línea, la Unión Europea está siendo pionera en políticas a largo plazo, desarrollando una hoja de ruta para el sistema energético europeo donde se persigue una reducción del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero, tomando el año 1990 como base, para el año 2050. En este escenario las energías renovables serán la principal fuente de suministro de energía primaria. Para su implementación, a medio plazo, se han establecido una serie de objetivos a alcanzar en el horizonte 2020, conocidos como 20-20-20, que establecen un 20% de participación de las energías renovables en el mix energético, un 20% de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y un 20% de incremento de la eficiencia energética.

En contra de la idea que la crisis financiera mundial ha diluido la preocupación por el clima y ha retrasado en el corto plazo los objetivos de reducción de emisiones, Europa emerge como ejemplo de viabilidad económica sostenible: apostando con acciones políticas por el desarrollo de las energías renovables, como motor para la industria creadora de riqueza y empleo, a la vez que reduce su dependencia energética del exterior.

Gracias a un gran esfuerzo inversor de las últimas décadas en infraestructuras e I+D, Alemania es ya hoy líder mundial en tecnología solar fotovoltaica y ha alcanzado el objetivo del 20% de porcentaje de renovables en su matriz energética. Dinamarca es líder mundial en energía eólica terrestre y el Reino Unido lo es en eólica marina.

Para cuando estas energías alcancen la paridad en el resto de países contarán con una industria bien desarrollada y posicionada a nivel internacional, generadora de empleos altamente cualificados. A su vez, mantener el liderazgo tecnológico internacional tiene un efecto de referente para otros sectores, y genera numerosas actividades de alto valor añadido directa e indirectamente.

El caso de España, líder en tecnología solar termoeléctrica, y primer promotor mundial en este importante mercado emergente, no es distinto, y se ha debido a una combinación de diversos factores: una irradiación solar alta unida a una política de I+D adecuada y una regulación favorable y estable. Factores que también nos han posicionado en los primeros puestos mundiales en potencia instalada y capacidad tecnológica en eólica terrestre, con una fuerte industria nacional.Todo este desarrollo no habría sido posible sin el apoyo con el cue han contado las energías renovables han contado en España gracias a su inclusión en el régimen especial, por el que participan directamente en el mercado de producción retribuidas a través de un precio primado. Las primas restablecen la rentabilidad de este tipo de centrales respondiendo así a una política estratégica de promocióny desarrollo de las energías renovables hacia posiciones más competitivas en su curva de costes, como ha venido ocurriendo progresivamente en los últimos años. Indiscutiblemente, existen peligros que pueden pervertir el sistema de incentivos. Por ello, es necesario que los incentivos estén claramente ligados al desarrollo de la tecnología, para promover su mejora continua y su convergencia a la competitividad en el sector energético.

Con las políticas de apoyo al desarrollo de las energías renovables se ha contribuido al crecimiento de la economía española, se ha facilitado la convergencia con las políticas europeas en materia de reducción de emisiones y se ha reducido la alta dependencia energética de España, cercana al 85%. Este dato, uno de los más altos de la OCDE, está muy por encima de la media Europea, del orden del 56%, con un impacto muy negativo para nuestra balanza de pagos, debido principalmente a la factura de los combustibles fósiles, que nos convierte en un país altamente vulnerable expuesto a la volatilidad de los precios del petróleo y el gas.

En España las energías renovables son ya un 33% de la demanda de electricidad y un 46% de la potencia instalada. Los datos del informe de Deloitte  indican una contribución total al PIB de las energías renovables en 2010 de 9.998 millones de euros, frente a las primas de ese mismo año que significaron 5.342 millones, sin contar el ahorro por la importación de combustible, 2.302 millones de euros, y el ahorro debido a los derecho de emisiones, 467 millones de euros.

España tiene una oportunidad única de liderar el sector termosolar, tecnología que según la Agencia Internacional de la Energía va a ser protagonista en el siglo XXI gracias a su gestionabilidad. La energía termosolar es la única renovable no intermitente, es capaz de almacenar la energía y verterla a la red incluso en momentos en los que no se dispone de radiación solar. Se espera que alcance costos de producción equivalentes con los de los ciclos combinados antes de 2020, además tiene la capacidad de crear un gran tejido industrial y empleo. Las empresas nacionales son capaces de suministrar bienes y servicios prácticamente en toda la cadena de valor a nivel global.

Para que esta situación se mantenga en el futuro, es imprescindible que exista una estabilidad regulatoria que garantice la inversión dirigida a hacer que las energías renovables sean cada vez más competitivas en costes y a impulsar los avances tecnológicos, con el objeto de propiciar el desarrollo industrial.

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