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Industria y energía

El futuro de la industria de Andalucía

Rafael Salgueiro

Profesor de la Universidad de Sevilla

Pues puede ser espléndido, si nos lo proponemos. Sólo es necesario que se cumplan tres condiciones, a saber: a) que todos nos creamos que es posible una Andalucía industrial y que la industria moderna es absolutamente compatible con las restantes actividades productivas y con el medioambiente; b) que la Administración autonómica mejore sustantivamente sus normas y procedimientos relacionados con el establecimiento y las operaciones industriales y c) que mejoren dos factores básicos de competitividad de alcance nacional: precio de la energía y regulación del mercado de trabajo, ambos ya en curso, afortunadamente. Los restantes elementos ya están dados, ya sea en el ámbito regional: la dotación de infraestructuras, la posición geográfica, las capacidades en ingeniería y en dirección de empresas o la (siempre mejorable) cualificación del personal, o ya sea en el ámbito de la Unión Europea, muy particularmente en lo que atañe a la asunción de que no sólo es posible  mantener una intensa actividad industrial en Europa sino que además es imprescindible para mantener la protección social pública. Y por si queda alguna duda respecto a la capacidad de la industria occidental frente a la asiática, repárese en dos cosas: que desde el comienzo del capitalismo el progreso económico no es un juego de suma cero y que Estados Unidos sigue siendo la primera fábrica del mundo, con un 19,6% del total frente al 14,8% de China (Naciones Unidas, 2010) no precisamente gracias a una ventaja en costes salariales sino gracias a su productividad. Esto no significa otra cosa que saber aplicar el talento y la capacidad de organización, centrarse en las actividades con valor añadido y ajustarse sin demoras a los ciclos económicos. 

Hemos tendido a creer que en Andalucía sólo podían prosperar los negocios relacionados con el turismo o con la construcción, cuando cíclicamente va bien, y que, en todo caso, la industria que podría progresar sería la relacionada con la agricultura. Desde luego, no se podían negar las potentes realidades industriales situadas en Huelva-Palos y Campo de Gibraltar, pero algunos las consideraban obsoletas e incluso inconvenientes, quizá porque fueron dos genuinos polo de Franco. Lo cierto es que la industria andaluza, y aún sin la potencia tractora de la automoción, es bastante más amplia, diversificada y competitiva de lo que parece a simple vista. Es cierto que Andalucía tiene un peso modesto en el PIB industrial y energético de España, apenas un 8,9% en 2010, aunque es más elevado si se atiende al valor de la producción (11,5 %) en el que ocupamos la segunda posición absoluta tras Cataluña (22,9%)  y con pesos muy destacados en algunas agrupaciones de actividad.

Ambas cifras son inferiores al peso de la economía andaluza en España (13,7%), pero cuando se analiza su composición con cierto detalle, lo que escapa de este artículo, y se conocen las realidades empresariales subyacentes la pregunta positiva surge de inmediato: ¿Cómo con una gran colección de empresas muy por debajo del mínimo eficiente de su respectivo sector,  cómo con una política industrial no muy bien orientada en el último decenio y cómo acumulando posiciones y comportamientos sociales no siempre favorables a la industria hemos podido mantenernos en una posición al menos decorosa? ¿Qué habría sucedido si no se hubiera amparado la atomización de las empresas agroalimentarias o no se hubieran sostenido empresas abocadas al fracaso; que habría sucedido si la política industrial se hubiera concentrado en mejorar los verdaderos factores de competitividad y no en crear oficinas tecnológicas o difundir la innovación como si tratase de una buena nueva bíblica, es decir, como si los empresarios fueran incapaces de discernir por sí mismos las características diferenciales de los productos de la competencia frente a los suyos? ¿Y qué habría sucedido si hubiéramos prestado algo menos de atención a aquellos que parecen creer que industria y medioambiente son incompatibles per se; o dicho de otra forma, que un onerosísimo Estado de Bienestar se podría sostener en una Andalucía 100% Parque Natural? El futuro pasa por darle una respuesta adecuada a estas preguntas.Creo que lo que debe hacer una Administración autonómica para favorecer a la industria  no es otra cosa que cumplir con eficacia las competencias que tiene asignadas; no producir leyes, reglamentos y normas innecesarios con la excusa de adaptar la legislación estatal a no se sabe bien qué especificidades regionales; no inventar y distribuir por todo el territorio instrumentos tecnológicos no siempre eficaces  y, sobre todo,  no querer jugar a ser empresario o financiero con el dinero de los contribuyentes, ya sea de modo activo, porque se ha demostrado que no sabe seleccionar bien sus inversiones -dicho sea con toda claridad-,  o ya sea de modo sobrevenido, porque son muy escasas sus participaciones accionariales de salvamento que han sido de alguna utilidad, a pesar de las ingentes cantidades de dinero que hemos gastado en ello, -dicho sea con toda claridad-.  Sería mejor que la Administración autonómica se plantease, simplemente, construir un entorno amigable para las empresas industriales y asegurarse de que en Andalucía existan unas normas,  procedimientos y plazos administrativos similares a los de los países europeos más industrializados. Esto no es poco ambicioso y sí sería efectivo y además muy barato, al igual que transformar por completo las políticas activas de empleo, algo casi obligatorio. Está claro que hay aspectos que trascienden lo autonómico, pero alguna capacidad se le supone a un Gobierno regional para proponer mejoras legislativas útiles para todos.  Y si hay que ofrecer alguna proposición sectorial, sugiero que se repare en la minería metálica ya sea en la del cobre o en la del hierro; en la minería energética y no me refiero al carbón, sino al gas de exquisto que nos podría dar más sorpresas en el Valle del Guadalquivir que la que se han llevado los vascos con el yacimiento descubierto en Álava; en el diseño e incluso fabricación de dispositivos electrónicos, aún a pesar de los fiascos más recientes que sólo señalan los errores que no hay que volver a cometer; en nuevas producciones de la industria alimentaria si no cercenamos la innovación; en el sector aeronáutico si aprovechamos debidamente la capacidad tractora de Airbus y logramos progresar en nuevos materiales, en sistemas y en aviónica; en la fundición de metales si aprovechamos las oportunidades que se nos podrían presentar; en tecnología ferroviaria si no hacemos el indio con el anillo de  Antequera o el centro de investigación en el PTA;  en energías renovables si nos centramos más en el desarrollo tecnológico y menos en añadir potencia innecesaria; en la petroquímica si nos damos cuenta de las excepcionales circunstancias localizacionales y societarias de la industria andaluza de refino y derivados; en el sector naval gaditano si se centra de una vez en lo que realmente puede hacer y si no le volvemos a hacer un feo al amigo americano (y a su sexta flota). Y deberíamos reparar también en el talento y capacidad de competir que nos demuestran numerosas medianas industrias del sector metalmecánico, del mueble o de la biotecnología aplicada a la agricultura. La industria andaluza tiene un gran futuro, no lo duden.

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