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Investigación

Sin ciencia no hay futuro

José López Barneo

Catedrático de la Universidad de Sevilla y Director del Instituto de Biomedicina de Sevilla

Hace unos meses durante un congreso científico celebrado en Sevilla, Hamilton Smith, investigador norteamericano laureado con el premio Nobel de Medicina, enfatizaba literalmente: "La ciencia, la ciencia y la ciencia es lo que ha hecho posible el incremento de la duración y la calidad de vida que disfrutamos actualmente en los países desarrollados". El conocimiento científico ha sido el motor del progreso de la humanidad, especialmente durante los últimos siglos, y en consecuencia los países más avanzados (y los que desean serlo) cuidan a sus científicos e instituciones de investigación como bienes muy preciados, de los que depende su prosperidad futura. Por todo ello llama poderosamente la atención que durante los últimos años, y particularmente en el que acaba de terminar, se esté produciendo una disminución tan importante en los recursos públicos destinados a investigación, desarrollo e innovación (I+D+i), poniendo en serio peligro la anhelada homologación de la sociedad española con aquellas que basan su modelo productivo en el conocimiento.

 

España, uno de los países más relevantes del mundo por su historia, no ha contribuido en la misma medida al desarrollo científico-técnico. Esta vergonzante tradición parecía haberse roto gracias a los logros conseguidos a lo largo de los últimos 30 años. Durante este periodo España ha alcanzado una presencia en el concierto mundial que la sitúa entre las 10 naciones con mayor producción científica, contando con grupos y algunos centros de investigación que gozan de un sólido prestigio internacional. Este avance, reconocido y aplaudido por todos, ha ocurrido incluso en comunidades, como Andalucía, que partían con el lastre de un atraso socioeconómico secular.  Desafortunadamente, el "milagro" científico español se ha basado, sobre todo en años recientes, en medidas coyunturales, ligadas a la aparente bonanza económica y/o la oportunidad política. Esta falta de solidez de nuestro modelo de desarrollo en ciencia y tecnología ha sido objeto de críticas por los investigadores españoles más comprometidos, pero éstas han tenido poco éxito. En consecuencia, nuestro avance científico tiene un alto riesgo de ser efímero, ya que, en general, no ha ido acompañado de las transformaciones estructurales necesarias para la supervivencia y competitividad del sistema de I+D+i en un escenario internacional complejo y permanentemente cambiante. Junto al crecimiento y despliegue estatal del sistema universitario, que indudablemente ha contribuido a la consecución de mayores niveles de cultura y justicia social, deberían haberse llevado a cabo medidas diferenciales que hubiesen facilitado la generación de entornos altamente selectivos y competitivos, necesarios para estimular el crecimiento y la independencia de nuestro sistema productivo. Por todo ello, el impacto cualitativo de la ciencia española en el mundo (estimada, por ejemplo, como probabilidad de que científicos españoles obtengan grandes premios internacionales) o la generación y transferencia de tecnología propia (medida en términos de patentes en explotación) permanecen en valores anormalmente bajos, incluso cuando éstos se comparan con los de países europeos con economías mucho más pequeñas que la española. 

 

La mejora cualitativa de nuestra ciencia y su éxito en términos de transferencia tecnológica, también requieren tiempo, ya que el desarrollo socioeconómico derivado de la investigación científica tiene un periodo de incubación que, salvo casos excepcionales, es largo. La crisis económica nos ha sobrevenido con un sistema de I+D+i en expansión pero todavía inmaduro, y excesivamente dependiente de la inversión pública. Por ello, para evitar dañar sus raíces los recortes presupuestarios deberían haberse llevado a cabo de forma muy selectiva y, sobre todo, asociados a cambios estructurales. Siempre se aconseja no hacer mudanzas en tiempos de crisis. Creo, sin embargo, que la gravedad de la situación actual obliga a hacer precisamente lo contrario, alcanzar un gran pacto político en pos de la ciencia española, con una dirección clara, no escondida en un macroministerio, e inequívocamente comprometida con reformas valientes. Éstas, aplicadas en colaboración con los organismos públicos de investigación, deben ir dirigidas a potenciar la eficiencia y competitividad de nuestro sistema de I+D+i. En mi opinión las medidas deben cuidar especialmente la formación/captación de nuevos investigadores, la financiación de proyectos de investigación de forma competitiva y el mantenimiento o creación de centros elitistas homologados internacionalmente. La crisis está removiendo nuestras conciencias (además de nuestros bolsillos) y cada vez más españoles piensan que ha llegado la hora de que el mérito personal y la calidad institucional sean los parámetros que rijan las decisiones políticas y económicas.  

Si los científicos de la "generación del milagro" se jubilan, o están próximos a ello, y los jóvenes brillantes se marchan al extranjero, ¿quiénes van a hacer el deseado cambio de modelo económico? ¿para qué tanto esfuerzo previo si ahora dejamos que el sistema de I+D+i naufrague? El título de este artículo lo he tomado del lema de la asociación de investigadores sevillanos Ciencia con futuro. Parece que todos, investigadores jóvenes y mayores, políticos, asociaciones ciudadanas, etc., coincidimos, cuando hacemos declaraciones públicas, en la importancia de la ciencia para el porvenir de nuestra sociedad. Entonces ¿por qué no le prestamos la atención y el cuidado debidos? ¿por qué talamos nuestros mejores bosques?

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