Tiempo de disfraces

Con la primavera serán muchos los sentimientos que se batirán en retirada para dar paso a los instintos más primarios

Con el fin de febrero se esfuma el último bastión de la mejor Sevilla. El otoño y el invierno pronto darán paso a la versión carnavalesca de la ciudad en la que lo sublime se transformará en vulgar, lo íntimo en ramplón y lo profundo en ordinario. En Sevilla nunca arraigaron las carnestolendas porque al sevillano le falta capacidad para reírse de sí mismo. Disfrazándose de una primavera inexistente subyuga y encandila a los foráneos e incluso a los indígenas no iniciados. Sevilla, ciudad con nombre de mujer, al sentir los primeros efluvios primaverales queda como anestesiada por la luz y el color del cielo. Cambia su imagen triste del invierno húmedo y se viste de gala. Pasará de fémina discreta y callada a mujer fatal.

En apenas unos días, las primeras subidas de temperatura nos harán creer que la Sevilla íntima no existe. Como un adolescente que se despierta al estímulo de los sentidos, el sevillano se verá envuelto por el aroma del azahar y el alargamiento de las tardes. Sus instintos más primarios le harán confundir tradición con rutina, historia con anécdota, cultura con folclore. En primavera la ciudad se disfrazará de sí misma. Se convertirá en actriz que desempeñará un papel en el que la protagonista será ella y se reinterpretará una vez más. Tan grande será la farsa que le resultará difícil distinguir entre realidad y ficción. Embaucará a propios y extraños con una maestría que solo los siglos de historia pueden ser capaces de enseñar. Adiós a la Sevilla de Bécquer y Maese Pérez, de Cernuda y Ocnos, de clausuras y dulces conventuales, de tiendas de ultramarinos y tabernas con olor a serrín. Todo será arrasado por el espíritu bananero en el que se ha convertido el verano. La vida en la calle acabará con la intimidad de una ciudad que solo existe en el pensamiento de unos pocos.

Con la primavera serán muchos los sentimientos que se batirán en retirada para dar paso a los instintos más primarios. La parte se confundirá con el todo, la superficie con el fondo, la apariencia con las formas. La calle se convertirá en espacio de lucimiento y escenario público, cual pista de circo. Atrás quedarán las noches de lluvia, las tardes cortas con veladas nocturnas en casa y lecturas al calor del hogar. La primavera, con su luz, nos hará creer que la vida es bella y el verano que se hizo para disfrutarla. Aunque solo sea por eso, bienvenidos sean.

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