De "Villapaná" a "Villapató". Con este castizo, y sonrojante, juego de palabras ha vuelto a salir a relucir la vergonzosa situación del Palacio de Villapanés en las páginas de este diario. Un reportaje un tanto desesperanzado de Arantxa Cala del 15 de abril tuvo su réplica en forma de tribuna libre por parte del Delegado de Cultura el pasado domingo. Cambió el punto de vista y se pasó del pesimismo a un optimismo que pretendió ser exultante y se quedó en utópico. Mejor vivir de ilusiones que sumido en el desánimo. Pero el gran problema es que todo esto nos suena ya demasiado, pues se repite de manera periódica y siempre acaba en palabras huecas. Un pueril entretenimiento del lenguaje al que cualquiera puede apuntarse. Yo mismo puedo añadir un nuevo y cándido neologismo: "Villapaqué". ¿Para qué queremos este edificio? La pregunta es tan básica, como inalcanzable su respuesta desde mentes acostumbradas al cortoplacismo. Porque si el dinero es un duro inconveniente, la falta de ideas concretas llega a ser letal. Nos dirán "Centro Ramón de Cala", "Museo Lola Flores", "Fundación Universitaria para las Artes Escénicas" o "Unidad de Flamenco" para seguir huyendo hacia delante. Eso sí, esa varita mágica que todo lo arregla y todo lo convierte en oro se va consolidando como una, supuesta, apuesta por lo folklórico y, en especial, por el flamenco. El flamenco como elemento redentor y aglutinador que justifica que Villapanés, Pemartín y Plaza Belén sean compatibles entre sí en una ininteligible armonía de reiteraciones semánticas que a nadie convence.

Algunos sueñan con rosarios, otros con batas de colas, yo con una función acorde con el pasado de un monumento vinculado al arte barroco, a la afición bibliófila y al desarrollo cultural de ese Pueblo que un día una Sociedad de Amigos del País quiso sacar, ilusamente, de su ignorancia.

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