La loca de la casa

Me meto en las tripas las lentejas, la corrupción, los últimos sucesos y catástrofes, a Messi y a Ronaldo

Me levanto y me encamino directamente a la ducha. En ella me meto con todo lo que tengo que hacer hoy, con una discusión de trabajo de ayer, con la hipoteca, con la bulla diaria de los vecinos y con un ruido chungo del motor del coche. Me voy al trabajo, aparezco allí como por arte de magia. Durante el camino no he parado de contarme cosas, y ni me he enterado del trayecto. Me siento en la mesa y contesto correos mientras hablo por teléfono, redacto escritos mientras hago como si escucho lo que me cuenta mi compañero, hablo por teléfono mientras busco en la red. Y repaso mentalmente, una y otra vez, lo que acabo de hacer y lo que me queda por hacer, mientras intento centrarme una y otra vez en lo que estoy haciendo. Cuando casi lo consigo, me llega un mensaje y tengo que felicitar a los Pacos o a los Pepes de todos mis grupos de whatsapp.

El café de media mañana ya me sabe a las lentejas de mediodía. Es lunes y quiero que llegue el viernes. Es invierno y quiero que sea primavera.

Llego a casa y mientras engullo la comida veo el telemiedo de las tres. Me meto en las tripas las lentejas, la corrupción, los últimos sucesos y catástrofes, a Messi y a Ronaldo.

Por la tarde, en el gimnasio, se suceden cientos de imágenes por minuto en un plasma descomunal, y suena una música estridente que no escucho porque llevo puesto a todo volumen los mejores temas de AC/DC en mis auriculares.

Para relajarme tras un día agotador, me pongo a mirar lo que los demás han hecho en facebook. La loca de la casa está cada día más rolliza, más pletórica, con más poder, y mi cuerpo cada vez más desconectado, más esmirriado, más consumido. Ella manda y lo sabe, me tiene de un lado a otro sin parar. Estoy aquí y quiero estar allí. No disfruto de esto porque me gustaría hacer aquello, y una vez que estoy en aquello quiero volver a esto. Mi mente se ha convertido con los años en un mono loco borracho que salta de rama en rama en una selva interminable de pensamientos. Me dirige como una marioneta de un lado a otro, sin atender lo que estoy haciendo en cada momento.

Y al final, cada noche, en la cama, exhausto y con insomnio, la loca de la casa sigue contándome historias sin descanso, anticipándose a lo que debo hacer mañana, recordándome lo que me ha quedado por hacer hoy, corriendo detrás de lo que le gusta y huyendo de lo que le disgusta. Y entonces, me asalta siempre la misma pregunta: "¿vives o sobrevives?".

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