Prohibiciones gaditanas

En la baja política municipal hay una tendencia que lleva a la prohibición como elemento del buen gobierno

Un elemento en común entre las dictaduras y los ayuntamientos del cambio es que les encanta prohibir. Se ha visto, una vez más, en Cádiz. Ahora quieren prohibir veladores en las terrazas, con excusas, igual que antes prohibieron los circos, los toros, los mulos del Rocío y casi todo lo relativo al reino animal. También parece ser que están prohibidas otras acciones animalescas que no se vigilan tanto. Pero esa es otra historia. Una cosa es prohibir y otra que se cumpla, se vigile y se sancione. Pues la esencia de la prohibición es sólo el placer de lo prohibido. O sea, incordiar, fastidiar, que la gente hable del alcalde González aunque sea mal.

El país europeo con más prohibiciones de los ayuntamientos es Italia. Allí casi todo está prohibido, en según qué lugares. Y no es por casualidad, sino porque en Italia se inventó el fascismo con Mussolini. También se inventó el eurocomunismo, que era como un sucedáneo del comunismo de toda la vida, una rama herética que prescindía de las enseñanzas de Lenin y Stalin. En España, lo intentó implantar Santiago Carrillo, que tuvo poco éxito. Más allá de la alta política, lo cierto es que en la baja política municipal hay una tendencia coercitiva, que lleva a la prohibición como elemento del buen gobierno. Y así suceden estas cosas.

En el caso de las terrazas, el cupo debe estar en el sentido común. En Cádiz no es un problema tan grave como en Sevilla, ciudad de donde se ha copiado esta polémica. Aquí no tenemos un barrio de Santa Cruz hasta las trancas de sillas. Lo más parecido que existe sería la viñera calle de la Palma; o cierta zona de la plaza de la Catedral. Por el contrario, la plaza de San Juan de Dios (que siempre han intentado que sea la plaza mayor de Cádiz y casi nunca lo ha sido, por culpa del levante) es amplia y ha sido un lugar ideal para las terrazas desde hace un porrón de años. Vamos que lo de El Sardinero no es un invento de ahora. Y, en la Catedral, el Terraza se llama Terraza por algo.

En cuanto a los animales, es una ordenanza de risa. A los mulos rocieros no hay que prohibirlos, sino dejarse guiar por el instinto. Antes que unos mulos, a la Magna Mariana le hubiera quedado mejor un escuadrón de la Policía a caballo, como en otros tiempos. Pero los mulos lucen mejor en el coto de Doñana que en la calle Ancha, o bajando por la calle Novena. Además que mezclar mulos con cargadores también tiene su retintín. Pero, para eso, tampoco hacían falta ordenanzas.

¿Ordeno y mando? No es exactamente lo mismo. Algunos ordenan, pero no mandan.

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