Los jefes de España, entre juicio y juicio por corrupción, despachan su honor señalando a Venezuela. La izquierda opositora se ahoga en su propia bilis o se autodestruye en guerras intestinas; y desde izquierda a derecha y de derecha a izquierda, unas buenas raciones de "y tú más". Los que tenemos que darles el voto y el poder arreglamos el mundo por el Facebook y luego estamos en la playa o en la venta de moda el día de las urnas. Y clasificamos amistades según en la diana tengamos la foto de Albert o de Pablo. Todos tenemos más razón que oído y los maestros Liendre han sido sustituidos por los alumnos Liendre que superpueblan los centros educativos -"seño, te he llamado gilipollas porque me falta un parte para irme un mes expulsado a mi casa"-. El martes el Barcelona hace un expolio tremendo en la Champions y cualquier mérito deportivo queda sepultado por la vergonzosa e ignominiosa ayuda arbitral; el miércoles cambiemos el sujeto de Barcelona a Real Madrid y mantengamos el predicado -"pero es que vuestro robo fue mayor"-; y entre ambas trincheras, un frente independiente de liberación que te ajusticia por ser blanco o azulgrana en lugar del equipo de tu ciudad. Informativos que expurgan la historia para quedarse con el morbo, que prefieren una pelea de padres en el fútbol base antes que la preciosa historia de un club llamado Espíritu Deportivo. Compradores de periódicos que han mutado a haters de red, mitómanos que se han pasado al lado oscuro de los trolls; biotipos de una sociedad ansiosa por destruir ídolos y que demanda a las farmacias cambiar el prozac por un botón de No me gusta en Facebook.

Vivimos en la sociedad del odio. De un cinismo reversible, de un odio que no molesta mientras no salpique y que se puede camuflar a la perfección en un emoticono. Que ha cambiado cafés por memes y consejos por azucarillos. Pero le echaremos la culpa a los móviles y las redes sociales. Como si las cargara un robot que escribe o actualiza arbitrariamente. Las carga el diablo, que es cualquiera de nosotros en un mal día. Que te odia a diario, pero eso sí, como amigo.

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