La columna

Juan Cañavate

jncvt2008@gmail.com

Verdulera

Es encomiable es la actitud del que revisa las decisiones cuando éstas generan rechazo entre la ciudadanía

Dice la Real Academia de la Lengua Española que es verdulera la persona que vende verduras y también, como contrapunto necesario, la persona que es descarada y ordinaria y esa polisemia se complica cuando uno, por describir a tal, acaba por describir a cual y llama a la verdulera ordinaria, por el mismo nombre que a la verdulera que no lo es.

Un servidor, que atesora la experiencia de los mercados casi tanto como la de los museos o las bibliotecas, conoce verduleras, pescaderas y hasta carniceras que son unas mujeres educadas, listas, simpáticas y agradables, en general, ya saben, y que ocupan el tiempo, además de en vender pescado o verduras, en sacar para adelante licenciaturas que ni usted creería, y que en nada se parecen a las otras, a las descaradas y a las ordinarias que es la otra acepción que, como ya les digo, usa el diccionario.

La presidenta de Icomos España, una señora de Burgos con un curriculum de becaria predoctoral, se ha dedicado en una reciente entrevista en este periódico en el que les escribo y aprovechando un prestigio del que carece, a poner a caer de un guindo a dieciséis prestigiosos profesionales que formaban el jurado del concurso del Atrio de la Alhambra que ganó, en buena lid, Alvaro Siza, imagino que les sonará el nombre. Y ya que estaba, también ha dejado a la altura de una alpargatilla a los miembros de la Comisión Técnica del Patronato de la Alhambra. Y sin quedarse contenta, igualmente, a los del mismo Patronato y, ya que estaba, a los miembros de la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico al grito de sardinas frescas, son de Santurtzi o rábanos casi regalados que me los quitan de las manos, porque, la verdad, al margen de la descalificación desabrida y ordinaria, de verdulera de las que no pisan el mercado, otros argumentos no ha esgrimido la sin par señora burgalesa.

Y conste que estoy absolutamente convencido de que tanto la Consejería de Cultura como la Alhambra tenían, tienen y tendrán todo el derecho del mundo a revisar, reordenar, replantear y hasta olvidarse del proyecto del Atrio, que hasta encomiable es la actitud del que revisa las decisiones cuando las decisiones generan respuestas de rechazo entre la ciudadanía y no hay eso que viene a llamarse consenso, pero también estoy convencido de que podrían habernos ahorrado la vergüenza de apoyar sus decisiones en semejante vocinglera a la que por cierto, habría que recordarle algunos clamorosos silencios de su organización o meteduras de pata, que viene a ser lo mismo, como, por ejemplo, la Torre Pelli de Sevilla, el edificio de Vázquez Consuegra para las Atarazanas de la misma ciudad, la puertecita de la Mezquita de Córdoba o el más bochornoso aún de las parcelaciones ilegales de Medina Al Zahara que, al parecer, no ponen en peligro la declaraciones de patrimonio de la humanidad de esos bienes reconocidos y es que esta señora, además de ordinaria, es muy descarada.

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