Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Cosas de Reyes

Los Reyes Magos o los Papás Noeles no han perdido vigencia porque la ilusión es lo último que perdemos

Con la llegada de los Reyes Magos terminan unas fiestas que unos han aprovechado para descansar, otros, para lo contrario, con el acceso a un trabajo temporal; muchos para hacer negocio y los más pequeños para creer en gentes fantásticas -sean reyes o papás noeles-, con poderes que no les viene de una de esas elecciones 'democráticas' o de pactos imposibles para auparlos en las carrozas o en el trineo, sino que superviven porque los niños -y lo que nos queda toda la vida de esa etapa- siguen creyendo en la generosidad, porque la ilusión es lo último que perdemos. Y eso, a pesar de que muchos niños sufren estos días el 'agravio comparativo' -hasta la vida se les niega-, porque la realidad no es justa en la distribución de sus regalos. Los que hemos tenido la suerte de habernos sentido felices porque alguien nos ha recordado y premiado nuestros esfuerzos por haber sido buenos, hemos pensado, a veces, en los otros. Al fin y al cabo, los regalos ni las ilusiones se miden por su valor en el mercado.

Las cabalgatas de Reyes Magos se han convertido en los últimos años en motivo de polémica. Con la manía de envolver en el solsticio de invierno una fiesta popular, se ha intentado rebajar la realeza oriental en un cortejo insípido e inodoro, caso del Madrid de la Carmena, mientras en otros lugares sus majestades se han convertido en seres acompañados de esteladas independendistas, como ha ocurrido en Vic. Para algunos descerebrados lo ideal sería que en lugar de reyes y reinas, las cabalgatas representasen a presidentes o presidentas de repúblicas, más o menos bananeras. Quieren inculcar que cualquier tipo de realeza es rechazable y merece la guillotina o la hoguera, aunque sea de papel, como ha hecho la CUP, la que en el fondo rige los destinos de los catalanes, con las imágenes del Rey constitucional, símbolo de una monarquía parlamentaria, que, incluso para los no monárquicos -como somos casi todos si vemos sólo sus glóbulos azules y no lo que aportan a los países en circunstancias concretas- representa el único valor capaz de no mantenerse en funciones como jefe de un Estado plural y democrático. Si miramos para atrás, ¿qué autoridad real hubiese tenido un jefe de Estado que no hubiese sido el Rey Juan Carlos para mantener el orden democrático en aquellos días del intento de golpe de estado de 1981? Imagínense, hoy, lo bajo que hubiese caído la representatividad internacional española si hubiésemos estado un año esperando un presidente de la República, salido de la grotesca lucha política y de las ambiciones de los líderes.

Espero que no lleguemos a ver convertido un cortejo que todos esperan, con más o menos ilusión, en otro de los esperpentos que a algunos tanto gusta en ciertos lugares.

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