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Literatura y pensamiento

Turno y despedida de Caballero Bonald

Manuel Barea

El 29 de noviembre de 2012 el jurado del Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras hispanas que el Ministerio de Cultura concede al conjunto de la obra de un autor, dio el nombre del elegido: José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926). "Mi turno", comentó el autor de Entreguerras al conocer la noticia. En efecto, a sus 86 años recién estrenados -magnífico regalo de cumpleaños esos 125.000 euros con los que está dotado el Cervantes-, Caballero Bonald llegaba cada año al otoño como sempiterno candidato a la gloria literaria. Pero la tarta tenía otro destinatario. Ha tenido que ser con un Gobierno del PP -partido del que más alejado ideológicamente está el escritor y con el que no ha desdeñado enfrentamientos más de una vez- cuando le ha llegado el reconocimiento.

Más que nunca en esta ocasión el Cervantes a Caballero Bonald -también novelista, erudito del flamenco, hombre de mar- se antoja el broche de oro a una carrera literaria. El mismo autor ha contribuido a esta idea al afirmar con toda rotundidad que Entreguerras es su último libro y "el mejor" de cuantos ha escrito, según sus propias palabras. Un compendio poético y vital con el que "este maestro al servicio del idioma", como resaltó el presidente del jurado, Darío Villanueva, concluye una travesía que emprendió en 1952 con Las adivinaciones. Sesenta años. "No voy a escribir nada más". Ha sido su despedida. Ahí está todo, en catorce capítulos, en poco menos de doscientas páginas, suficientes para decantar la memoria valiéndose del vocablo perfecto, de la palabra nunca usada, para aproximarse a la realidad, pensando que nunca quiso recurrir a otra belleza que a la más ilegible.

 

Y con el adiós le ha llegado el Cervantes. Ha sido también un reconocimiento a la rebeldía del superviviente que tiene constancia del fin. Entreguerras o De la naturaleza de las cosas ha sido su testamento, su rúbrica a todo este tiempo. El tiempo, el tiempo... eso que musita el poeta en la última página de su obra mientras escribe una vez más la gran pregunta incontestable: "¿Eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?".

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