En mi artículo anterior hablaba, entre otras cosas, de la mala ortografía que tienen algunos universitarios. Cuando lo leyó Anna, una querida amiga italiana, también docente, me hizo llegar una petición que seiscientos profesores, académicos, historiadores, filósofos, sociólogos y economistas italianos hicieron al gobierno y al Parlamento instándolos a intervenir urgentemente para superar las deficiencias de sus alumnos.

Estas personalidades afirman que los estudiantes escriben mal el italiano, leen poco y tienen dificultades para expresarse oralmente. Denuncian la carencia lingüística de los jóvenes, su desconocimiento de la gramática, su mala sintaxis y su escaso vocabulario, lo cual los lleva a cometer errores intolerables.

En esa carta denuncian que el sistema educativo no ha reaccionado adecuadamente ya que tanto la ortografía como la gramática se han devaluado durante mucho tiempo en los planes de estudio. Insisten en que se necesita tener una escuela verdaderamente exigente en el control del aprendizaje, ya que de lo contrario no será suficiente el compromiso de los docentes ni la adquisición de nuevas metodologías.

Parece que no somos los únicos con este tipo de problemas, aunque esto no resulta consolador. Es necesario actuar para proporcionar a los futuros profesionales una serie de herramientas básicas que les permitan desenvolverse adecuadamente con el idioma, el cual también se ha distorsionado con la aparición de las redes sociales y las aplicaciones para Smartphone.

Un docente universitario no debería estar corrigiendo la ortografía ni explicando el significado de las palabras en un examen. Su función es coadyuvar para que las universidades sean centros donde el conocimiento genere riqueza y permita el desarrollo de la dimensión trascendente del ser humano.

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