Ponerle calificativos al difícil arte de legislar no conduce a ningún sitio. Se legisla y punto, sin excusas; y se hace buscando el bien común, el orden, la justicia, la felicidad de los ciudadanos. Igual que la Dama de la Justicia tiene una venda en los ojos, los Diputados deben olvidarse del termómetro cuando cruzan la puerta de lo leones. Del legislador se espera templanza, equidad, equilibrio, que guarde distancia entre la sensibilidad del momento social más complicado y la justicia de la norma que pretende aplicar. Nada más; y nada menos. Si nos atenemos al clamor social, desde los terribles crímenes de Alcasser hasta el niño Gabriel, por no legislar en caliente no habríamos hecho nada. Y no hay mayor fracaso social que un país no sepa defenderse de los depredadores que la rondan; y no son pocos. El buenismo progresista además de infumable es perverso porque deja indefenso al que no puede protegerse. La prisión permanente revisable no es mala idea, y además no está en contra del sacrosanto principio de la reinserción, dogma intocable e infantiloide de la utopía buenista; permitirá la redención al arrepentido, y dejará entre rejas a la alimaña que está esperando a salir para volver a violar o matar. El mal existe en abundancia, y lo hay de una intensidad que asusta; lo siento por aquellos bienintencionados que piensan que el que es malo es sólo por injusticia social o porque el sistema no le ha dejado otro camino, o por el capitalismo malvado, que ahora está de moda como explicación de todas las catástrofes humanas. La encuesta que ustedes elijan cifra en torno al 80% de los españoles a favor de la prisión permanente; sin embargo, la izquierda sensible con la voz del pueblo, no lo quiere oír, le da pereza. Quien sabe, ahora que llega la Semana Santa, quizá quieran soltar a un Barrabás. O barrabasa.

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