Víctor Láinez no pudo defenderse; lo revela la autopsia. Rodrigo Lanza, el 'presunto', le dio un golpe mortal con una barra de hierro, y en el suelo lo remató a patadas en la cabeza. Rodrigo no conocía a Víctor, ni falta que le hacía. ¿Cómo se le ocurrió a Víctor llevar unos tirantes con la bandera de España, en un bar, provocando? Lo piensan muchos, por desgracia. Rodrigo es un odiador profesional, ya lo demostró cuando dejó tetrapléjico a un guardia urbano de Barcelona, con tres hijos. Odia lo español, la autoridad, odia la libertad, el libre mercado, el sistema y ama la violencia. Se cree superior, mejor, como hace el maltratador que no concibe que su pareja sea autónoma, igual en dignidad. Rodrigo podría ser uno de los miembros de la Manada que disfrutan con la caza, el acoso, el abuso, póngales el sustantivo que quieran, a la mujer, al migrante, al que piensa diferente, al español en este caso, al escrachado, al infiel; diferentes versiones de odio. Rodrigo no está solo, tiene miles de cómplices morales, que odian sin llegar a dar golpes; el alcalde de Zaragoza, abucheado porque se negó a aplaudir en el minuto de silencio, su segundo, que se negó siquiera a bajar, la alcaldesa de Barcelona que lo justifica con sus actos y el periodista Évole que dijo hace tiempo sentir admiración por este bicho. O Pablo Iglesias, que viene en su estrategia de asalto a los cielos, llamando a los suyos a cazar fachas. ¿Y el Gobierno? Pasapalabra, hasta que el diputado Girauta los forzó a hablar. Para lo que dijeron, mejor callados. De la extrema izquierda, no se espera, pero el absentismo de los demócratas hiere. El ambiente de impunidad moral y social de la extrema izquierda en España no nos debe dejar indiferentes. Mañana nos puede tocar a cualquiera de nosotros. Hay muchos 'Rodrigos' sueltos. Y cómplices, aún más.

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