Un juez lúcido ha absuelto a la madre denunciada por su hijo menor de 11 años, protodelincuente caprichoso, que la llevó a los tribunales por recibir un bofetón, porque el mal criado no hacía caso ni para dios y no ayudaba en casa, no se fuera a descoyuntar. Lo peor de todo no es que el niño fuera al Juzgado, sino que encima el fiscal pidiera condena para la madre, medida de alejamiento incluida. Así están las leyes que protegen la vagancia, el pasotismo y el "yo tengo derecho a todo, pero obligación de nada" de muchos menores. Estas conductas, cuando no agresiones, están al orden del día en los tribunales, porque así lo hemos querido con el absurdo buenísimo del diálogo para todo. Digo que el Juez ha estado lúcido porque lo habitual es que esto termine en condena, mientras el pequeño demonio blande muy ufano la sentencia que castiga a sus progenitores y lo sigue consintiendo con la protección del sistema. En nuestros tiempos nos llevábamos el capón de nuestros padres, el del maestro, y -si nos escantillábamos-, el del vecino, por tontos. Ahora no, ya no se les puede decir nada, no sea que se frustren. Nuestros consentidos menores son cada vez más mal educados, más groseros. De mi generación, al que más y al que menos, su madre lo persiguió por el pasillo de casa, zapatilla en mano; la "torta bien da" en el momento justo no nos ha traumatizado a ninguno. Al contrario, nos aclaró dónde está el límite. No defiendo el castigo corporal, pero la corrección, aun empleando una fuerza medida, en el momento justo, evita muchos problemas. Pero no, ahora somos muy modernos, el psicólogo de guardia te receta la democrática terapia del pacto, de la comprensión. El Juez no solo debió absolver a la madre, tendría que haber condenado al fiscal a que se llevara la criatura a su casa, para que aprenda; el fiscal, claro.

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