Si hay algo que tenemos que agradecerles a los separatistas catalanes en su pulso al Estado, es que han despertado a una nación que estaba dormida. Más allá de la respuesta constitucional, política o penal a los sediciosos, de la que se podrá opinar sobre su urgencia, millones de banderas españolas han tomado la calle. Gente corriente, pacífica, sencilla, de pensamiento y sensibilidad diversa, que han dicho basta ya al odio y el resentimiento. Se han perdido los miedos, los complejos, el temor a que te llamen facha, se ha perdido la vergüenza de sentirse español, sin más. Español al modo catalán o andaluz, gallego o castellano. Las redes sociales arden de testimonios de que la mayoría silenciosa ha despertado, ha salido de su letargo cuando ya muchos la creían vencida o muerta. Además de a los separatistas, a quienes más molesta esta manifestación patriótica, inédita en democracia, no convocada por partido político alguno-más bien a pesar de ellos- es a la extrema izquierda; a los que querían asaltar los cielos, los que se atribuyen la propiedad de las plazas, de la calle; a los que se apropian de la mayoría social, de la gente, quienes se arrogan la exclusividad de las políticas sociales justas, solidarias, de los que se creen la única voz del pueblo. ¿Dónde está ahora la mayoría social, con quien la gente? ¿No llega esta voz clara a decir en todos los rincones del país que hemos decidido vivir juntos, libres e iguales? Los peligros de la nación, lejos de conjurarse, están más presentes que nunca; y aun ahora despierta, volverá a sus cuarteles de invierno pasado el riesgo de secesión, si no lo evitamos. El frente aunado por separatistas y populistas, tiene el objetivo de terminar con el régimen del 78, con la concordia nacional. No podrán si seguimos movilizados, si nos organizamos. La calle no es suya.

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