TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

HA pasado ya un año desde que se fue mi amigo, compañero y maestro Enrique. Han pasado cuatro estaciones y me he acordado mucho de él, quizá porque no estaba aquí para sentirlas como yo las podía sentir. De siempre he sido una persona que le ha gustado vivir intensamente las cuatro estaciones del año, tanto que cuando acaba el verano me suelo ir en bañador el día de la patrona de Graná a comerme una de las tortas más caras del mundo con un membrillo y unas acerolas. Con su agridulce sabor otoñal me dispongo a encender la chimenea cantando villancicos y con las doce uvas sin terminar me estoy plantando en el encierro de cofradía de Semana Santa. Saboreando un cucurucho de Los Italianos y todavía con el olor a incienso me estoy pidiendo una fritura de pescado en la playa. Podréis comprobar que vivo muy intensamente pero impacientemente. Este es el loop que llevo practicando en mi vida durante mucho tiempo a parte de los que hago tocando la batería.

Tuve la gran suerte de vivir con el maestro mil aventuras y pasar más de veinte veces por todas esas estaciones junto a él. La primera vez que le vi, fue en el año 83 en el chalet de un amigo en común que teníamos y me impresionó mucho su look. Cuando la mayoría de los cantaores de esa época iban con una imagen casposamente clásica el parecía una estrella del r&r, su parecido con Jim Morrison, cantante de The Doors era pasmosa a nivel de atuendo. Ya apuntaba maneras con este estilo rockero.

Una vez en el Primavera Sound, coincidimos y Enrique iba con una corte de gente de discográficas intentando convencerle para fuera a ver un concierto de Sonic Youth, grupo underground de NYC que se caracteriza por sus climas ruidosos de guitarras afinadas en tonos no estándar, o sea, desafinadas. Todos querían que Enrique hiciera algo con ellos, pero al escuchar ese ruido (y reconozco que de las siete veces que he visto a Sonic Youth ésta fue la mas radical) me dijo con sus ojillos achinados y sonrisa de pillín: "Eric dime la verdad,¿ las guitarras no están un poquillo destemplás?". Yo le contesté que sin duda, que era parte del espectáculo pero también le dije que si hacía algo con ellos podría cantar mas libre que nunca pues no tendría que agarrarse a ninguna escala. Unos años más tarde cantó con ellos y a parte de ponerme los pelos de punta me siguió sorprendiendo en cuanto a valentía por aceptar estos retos. Tengo que reconocer que yo fui muy fan de Sonic Youth, pero se los comió con papas. Más tarde volvió a hacer un espectáculo con Thurston Moore que hizo que al Maestro le entraran ganas de irse a comer un buen jamón de pata negra después de que a Moore le diera por tocar la guitarra cogida por el cable, boca abajo, como un jamón.

Mi ultima época con él fue muy emocionante, le gustaba mucho tenerme cerca , nos reíamos mucho. Llegó a cuidarme como un padre cuando decidió meterme en su espectáculo flamenco. Era todo un honor ir con él aunque fuera para tocar dos canciones solamente. Menos en el Liceo de Barcelona, que me llamó a improvisar ¡cinco veces! Fue acojonante, pero del acojone que me entró. No habrá sitios para improvisar, y tiene que ser en el Liceo... Pero lo sacamos adelante, al igual que sin ensayar improvisamos con la gira del Omega en Buenos Aires Chiquilin de Bachin y les sacamos las lágrimas a todo el público. Triunfamos en México DF y estuvimos por todos los festivales internacionales de rock pasando por bienales como la de Sevilla, expo Zaragoza y un sinfín de actuaciones que finalizaron hace un año cuando el se fue.

En fin, solo me queda decirle a Enrique que a partir de ahora viviré más intensamente las ocho estaciones de cada año: las cuatro suyas y las cuatro mías. Y no hay mejor manera en esta fecha tan triste como acabar estas líneas con buen sentido del humor, mirando al cielo y gritándote como a él le gustaría en autóctonamente en granaíno un "Enrique, ¡ole tu polla!".

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