El lanzador de cuchillos

Un año sin Fidel

El Comandante en Jefe descansa en Santiago, pero los cubanos aún no se han librado del comunismo dinástico de los Castro

A la misma hora en que escribo mi columna semanal, el jeep que transportaba las cenizas de Fidel Castro llegaba hace un año a Santiago, después de haber recorrido los mil kilómetros que separan La Habana de la capital de Oriente entre vítores, aplausos y banderas estrelladas. Casi sesenta años de discurso granítico y uniforme en la Cuba de la Revolución Socialista han incubado un castrismo sociológico que tardará en diluirse, como ocurrió en España, lo que tarde en desaparecer la dictadura. Pero lo que ha generado, sobre todo, más de medio siglo de régimen implacable, es una mayoría silenciosa que, por temor a la brutal represión, ha aprendido a fingir sonrisas en la desolación. La aparente alegría del cubano, que confundirá al turista poco avisado, es, como el arrebatado bolero de La Lupe, puro teatro: falsedad bien ensayada, estudiado simulacro. Un falso estandarte, el conjuro contra el miedo, la coraza frente al poder y sus chivatos de barrio.

El viejo caimán parecía inmortal pero el tiempo, inexorable, acabó por tumbarlo. Un año después, el puro del Comandante no es ya más que un montón de ceniza, pero a este lado del Atlántico, la paleoizquierda sigue tragándose el humo letal del Pueblo, la Revolución y demás pamemas ideadas para individuos de espíritu impresionable y escasas luces. El sedicente progresismo -siempre tan hooligan de los regímenes que menos progresan- propaga estos días su discurso exculpatorio del régimen inhumano de Fidel, en un intento póstumo de blanquear la biografía del tirano con prédicas henchidas de amor patrio, dignidad y justicia social. No deja de ser sorprendente que individuos con la piel tan fina para señalar los déficits democráticos de los países más avanzados se muestren, sin embargo, laxos y comprensivos con dictaduras feroces y desalmadas como la cubana.

Tienen razón sus hagiógrafos y los tontos útiles del castrismo cuando aseguran que Fidel era un animal político. Lo era doblemente: por político -en el peor sentido de la palabra- y por animal. Nada nuevo hay bajo el sol y la historia no ha dejado de mostrarnos el rostro cruel del liberticida que oculta la máscara de todo revolucionario.

El Comandante en Jefe descansa en Santiago, pero los cubanos aún no se han librado del comunismo dinástico de los Castro. Es una triste ironía que el dictador que sometió a su pueblo y proscribió las elecciones libres repose eternamente dentro de una urna.

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