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Sudáfrica se enciende

  • Las barriadas miserables se levantan en demanda de las mejoras prometidas por el nuevo presidente, al que no conceden los tradicionales 100 días de gracia

Todavía no han transcurrido sus primeros 100 días de gobierno, tradicionalmente de tregua para un nuevo presidente, y Jacob Zuma ya tiene que hacer frente a distintos reclamos sociales en toda Sudáfrica. Disturbios en los townships, las favelas sudafricanas, y protestas a lo largo de todo el país en varios sectores económicos, castigados por la peor recesión en 17 años.

Durante su campaña electoral, Zuma ofreció a todos la perspectiva de una mejor vida que hizo regocijarse a sus aliados en los sindicatos y en el partido comunista. Ahora, los mismos piden al mandatario que cumpla su promesa lo más pronto posible.

Para Zuma, que ya pidió públicamente más paciencia con su gobierno recién estrenado el pasado mayo, las protestas no podrían ser más inoportunas. Las reclamaciones amenazan con dejar muy mal parada a Sudáfrica, menos de un año antes del Mundial de Fútbol.

Un comentarista del diario sudafricano The Times sostenía recientemente que "cada vez parece más claro que los trabajadores tienen en la mira el Mundial para sus reclamaciones salariales". Surge entonces la interrogante, agregó, de si el Estado está lo suficientemente preparado para hacer frente a huelgas el próximo año.

Más allá del gran evento deportivo, del que se espera que traiga por fin la anhelada mejor imagen para el continente, la mayor amenaza de una explosión social viene de las protestas contra la miseria de los servicios públicos. Los medios en el país informan frecuentemente sobre el estado escandaloso de los hospitales, las oficinas públicas, las escuelas y otros muchos servicios sociales.

Aunque los funcionarios han sabido asegurarse suculentos salarios y privilegios, carecen a menudo de la voluntad de servicio. Su opulencia, mostrada abiertamente, levanta la indignación pública.

"Las cosas están mal en este país y mientras más pronto lo aceptemos, mejor", señala al respecto el columnista Fikile-Ntsikelelo Moya, que denunció en el diario The Sowetan un "estado de anarquía" en el país a causa de la falta de presencia del Estado. Algunos caricaturistas dibujan también mapas en los que se ve a Sudáfrica partida en dos: una parte en constantes huelgas y en otra que quiere ganarse por fin la atención de los poderosos con violencia.

Algunos pobladores de los townships reconocen iracundos frente a las cámaras de televisión y al lado de barricadas en llamas que agreden de forma intencionada a los inmigrantes procedentes de otras partes de África. "Si no, el Gobierno no nos escucha", dice uno, harto de la situación.

Richard Pithouse, docente de la universidad de Rhodes, habla de una "rebelión urbana" contra la retórica vacía de una elite negra que se ha alejado de las clases populares. En un artículo para un diario del país apuntó que: "hemos implantado un sistema de castas en el que, en un supuesto diálogo a partes iguales, los pobres son tratados de forma indigna".

Mientras el 90% de la población sudafricana gana tan poco que ni siquiera deben pagar impuestos al fisco, una nueva elite salta a primera plana en la opinión pública con su pasión por el lujo. Varios de los ministros de Zuma pidieron por ejemplo costosos y pomposos vehículos como coches oficiales después de su nombramiento.

Ahora que Sudáfrica se encuentra en su primera recesión tras 17 años esa postura causa cada vez más críticas, dado también que se siguen perdiendo puestos de trabajo, en contra de las promesas de creación de empleo de Zuma. La gobernadora de la provincia del Cabo Occidental, la opositora Helen Zille, ya ha pedido que se recorten urgentemente los privilegios de los funcionarios.

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