50 años de la crisis de los misiles Durante el mes de octubre de 1962 se estuvo más cerca que nunca del abismo nuclear

Trece jornadas de vértigo

  • El entonces presidente estadounidense John F. Kennedy pensaba que lo que veía en las fotos era un gran "campo de fútbol" cuando en realidad se trataba de rampas para el disparo de cohetes nucleares

La primera vez que ese 16 de octubre de 1962 tuvo ante sus ojos las fotos que desataron la crisis de los misiles en Cuba, el presidente estadounidense, John F. Kennedy, pensó que lo que veía no parecía más que un imponente "campo de fútbol".

Pero su equipo de inteligencia no tardó en desengañarle: la CIA estaba segura de que las fotos mostraban rampas para SS-4, misiles rusos de alcance medio que eran capaces de llevar una cabeza nuclear.

Y estaban en Cuba. A tan sólo 140 kilómetros de Estados Unidos, con capacidad para destruir buena parte de las urbes del enemigo número uno de Moscú, incluido Washington, en cuestión de minutos.

El reloj estaba a punto de marcar el mediodía de ese martes 16 de octubre cuando, junto a la cúpula de seguridad convocada de emergencia, el ExComm, analizó las imágenes obtenidas un día antes por uno de los aviones espía U-2 que sobrevolaban Cuba.

A partir de ese momento, todos los minutos, horas y días que lo siguieron serían críticos en la historia reciente.

Porque en ese hasta entonces apacible día otoñal en Washington comenzó la que hasta hoy en día, medio siglo más tarde, se conoce como la crisis de los misiles, trece jornadas de vértigo que marcarían el punto culminante de la Guerra Fría y en las que el mundo se asomó varias veces peligrosamente al abismo nuclear.

"La guerra total no tiene sentido en una era en la que las grandes potencias pueden mantener grandes y relativamente invulnerables fuerzas nucleares y se niegan a rendirse sin recurrir a esas fuerzas", diría Kennedy tiempo más tarde.

"Ambas partes demostraron que si el deseo de evitar una guerra es lo suficientemente fuerte, incluso la disputa más apremiante puede ser resuelta con un compromiso", escribió por su parte el otro gran protagonista, el líder soviético Nikita Jruschov.

Pero estos sabios análisis llegarían mucho tiempo después. Los analistas coinciden en que casi cada uno de los mensajes intercambiados, maniobras y gestos desplegados que se sucedieron a ritmo vertiginoso durante la crisis entre Estados Unidos, la URSS y Cuba podrían haber desatado, de por sí, la temida guerra nuclear.

Durante los primeros días, hasta que Kennedy se dirigió a la nación el 22 de octubre, la crisis se manejó en un secreto que hoy, en la era de las redes sociales y cámaras por doquier, asombra.

Se sabría más tarde que, durante ese tiempo, el ExComm se debatió entre dos opciones: realizar un ataque aéreo o un bloqueo de carácter marítimo.

Muestra de lo cerca que se estuvo de la opción militar la da el periodista Michael Dobbs en el libro Un minuto para la medianoche, uno de los recuentos más detallados y documentados de esos días.

Hasta casi el último momento Kennedy manejó dos borradores de su discurso a la nación. El que finalmente fue descartado, y que según Dobbs quedaría "enterrado durante cuatro décadas", comenzaba así: "Con pesar he ordenado operaciones militares, solamente con armas convencionales, para deshacernos de armas nucleares en Cuba".

Finalmente Kennedy se decantó por el bloqueo marítimo. Algo que sin embargo no impidió que en los siguientes días se multiplicaran de nuevo potenciales detonantes de una guerra de carácter termonuclear.

El "momento más peligroso en la historia de la humanidad", como lo calificó el asesor de Kennedy e historiador Arthur Schlesinger, fue el 27 de octubre.

Un sábado negro que comenzó con el derribo por las fuerzas cubanas de un U-2 que provocó la muerte del piloto estadounidense Rudolf Anderson, para gran enfado de Jruschov, como queda patente en el intercambio de misivas con Castro un día más tarde.

Por suerte, el presidente estadounidense optó por no contraatacar. Desoía así a los no pocos generales que "ardían en ganas de pelea", como le dejó caer horas más tarde su hermano y fiscal general, Robert Kennedy, al embajador soviético Anatoli Dobrinin en un encuentro crucial para la crisis del que el diplomático informó de inmediato a Moscú.

Casi al mismo tiempo además, un submarino soviético B-59 que había perdido contacto con Moscú se veía obligado a emerger a causa de una granada lanzada por un destructor norteamericano en aguas cubanas. Su capitán, Valentin Savitsky, quería lanzar el torpedo nuclear que portaba. Pero el comandante soviético Vassili Arkhipov, que también estaba a bordo, lo vetó y le convenció para emerger.

Décadas después, el director del Archivo de Seguridad Nacional Thomas Blanton llamaría a Arkhipov como "el tipo que salvó el mundo".

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