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Oriente próximo El mandatario norteamericano no ha conseguido despertar el entusiasmo en su 'cruzada' contra Teherán

Mucho ruido pero pocos avances

  • La más amplia gira del presidente de EEUU, George W. Bush, por la conflictiva zona ha concluido en nuevas conversaciones de paz entre israelíes y palestinos, pero sin acuerdos prácticos, y en más tensión con Irán

La mayor gira del presidente de EEUU, George W. Bush, por Oriente Próximo ha concluido en nuevas conversaciones de paz entre israelíes y palestinos, pero no en acuerdos prácticos, y en más tensión con Irán.

Dar un impulso a las negociaciones en Tierra Santa era la meta dominante de un viaje que para muchos analistas suponía una asignatura pendiente de Bush, que no había pisado el territorio más disputado del planeta en sus siete años en la Casa Blanca.

Bush se hizo fotos llenas de simbolismo en la Mukata, la sede del Gobierno palestino en Ramala (Cisjordania), a donde no había llegado antes ningún presidente de Estados Unidos.

Y bajo la mirada del difunto Yaser Arafat, con quien Bush no quiso reunirse y quien lo observaba desde un retrato colgado sobre su cabeza durante una rueda de prensa, el presidente predijo, sin sombra de duda, un acuerdo de paz antes del fin de su mandato, en enero de 2009. Aún rodaba Bush por los países del Golfo Pérsico cuando los hechos daban un aire de fábula a su pronóstico.

El miércoles, el Gobierno de coalición del primer ministro israelí, Ehud Olmert, se tambaleaba por la salida del partido ultranacionalista Israel Beiteinu, opuesto a cualquier negociación de paz.

Mientras, los milicianos palestinos de Gaza lanzaban sus cohetes sobre Israel y el Ejército hebreo entraba con mano dura a la Franja, matando a una veintena de personas en dos días.

El viaje de Bush no trajo consigo ni siquiera algún acuerdo menor, sobre facilitación del paso de civiles por los puestos militares israelíes en Cisjordania, por ejemplo, o alguna acción por las fuerzas palestinas para contener a los milicianos islamistas.

Incluso mientras Bush pedía a Olmert que parara la expansión de los asentamientos, como marca la Hoja de Ruta, en el Este de Jerusalén las palas seguían removiendo tierra con este fin.

La única noticia positiva ha sido el inicio del diálogo entre israelíes y palestinos sobre los temas de fondo del conflicto, pero eso era algo que ya habían prometido ambas partes en la conferencia celebrada en Annapolis (Maryland, EEUU) en noviembre pasado.

En una entrevista con la prensa que lo acompañaba, Bush aseguró que "una razón por la que las conversaciones fracasaron en el pasado es que no hubo participación por parte de los países vecinos". Y para evitarlo, esta vez el presidente emprendió un periplo por el mundo árabe para convencerlo de que "tienda la mano" a Israel. Nadie la extendió. "No sé qué más acercamientos podemos hacer respecto a los israelíes", se lamentó, sin pelos en la lengua, el ministro de Exteriores saudí, príncipe Saud al Faisal, frente a su homóloga estadounidense, Condoleezza Rice.

Sólo ofreció su apoyo Hosni Mubarak, el presidente de Egipto, del que no se esperaba menos, dado que se trata del único país árabe junto a Jordania que reconoce el Estado de Israel.

El otro eje de la visita de Bush era clarificar la posición de su país sobre Irán, tras la publicación en diciembre de un informe de sus agencias de Inteligencia que afirmaba que el Gobierno de Teherán tenía un programa militar nuclear, pero que lo paró en 2003 (coincidiendo con la invasión a Iraq).

Bush dejó claro con palabras muy duras que considera a Irán una amenaza, por sus aspiraciones atómicas y por patrocinar el terrorismo en el mundo.

Los países de la región -de mayoría suní- ven con inquietud el aumento de influencia del país iraní -de mayoría chií- en la zona. La República Islámica no oculta su intención de exportar su revolución, lo que implicaría derrocar a los ricos gobiernos del Golfo Pérsico, que el régimen de Teherán califica de "corruptos".

Y todo ello ha ocurrido, paradójicamente, por causa de Estados Unidos, que al defenestrar al suní Sadam Husein de Iraq eliminaron el único contrapeso al Gobierno persa en la zona. Hoy en día, los chiíes residentes en Iraq (el 80 por ciento de la población, antes controlados por el laicismo de Sadam), miran a los ayatolás de Teherán en busca de inspiración religiosa y ayuda material.

Pero ese temor de los árabes al país populoso, rico en petróleo e históricamente expansionista que ocupa el lado Este del Golfo Pérsico no se ha trasladado en un respaldo explícito a Bush.

Han aceptado, eso sí, la oferta de Washington de venderles armas por un valor aproximado de 20.000 millones de dólares.

Pero su posición respecto a Irán ha sido -al menos oficialmente- conciliadora, ante el temor de que a Estados Unidos se le ocurra bombardear las instalaciones nucleares del país persa y se abra una nueva brecha de sangre en la región.

Los árabes del Golfo saben que George Bush abandonará la Casa Blanca en enero de 2009, a apenas un año vista, y desconocen cuál será la política del nuevo presidente americano. En cambio, de lo que sí están seguros es de que Irán no se irá a ningún sitio.

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