Cultura

Burbuja flamenca

Luis Villalba

Sabemos que en Andalucía no hay un público suficiente para las actividades culturales, ya hablemos de artes escénicas, musicales o cinematográficas. Ahora bien, un observador externo podría pensar que, dado que figura en el Estatuto de Autonomía, que es nuestra seña de identidad y que dentro de poco va a enseñarse en las escuelas, al menos para el flamenco sí debería haber un público en Andalucía. Pues no es así. 

El público que hay es tan insuficiente como para otros géneros y probablemente más que para la mayoría de ellos. Entre los profesionales del sector es una evidencia que más allá de las ayudas públicas el flamenco carece de mercado. Pues a la insuficiencia de público hay que añadir la ausencia de canales privados de comercialización y distribución. El sol de las subvenciones calienta sólo a unos pocos y cada vez menos. No cabe duda de que el flamenco es cultura, de ahí a que sea una "industria cultural" va un largo trecho. De hecho, en términos económicos no ha sido nunca ni es una "industria", sino una "artesanía". El mercado del flamenco es de salas pequeñas no de grandes auditorios (algo normal en un arte al que es consustancial la cercanía, la inclusión), de ventas de discos propias de un público especializado, no de grandes tiradas. 

 

El chorro de bienintencionadas ayudas (quizás habría que decirles "beneméritas" como a la Guardia Civil) procedentes de la Junta, las Diputaciones, los Ayuntamientos o Canal Sur (en cuya parrilla el flamenco es obligatorio pero tiene lastimosos índices de audiencia), han desvirtuado en buena medida el crecimiento natural de un mercado apoyado en el aprecio (contante y sonante) del público y no en los recursos de la Administración. Con salas de pequeño o mediano aforo, pero funcionando todo el año, con fórmulas de night-club, como los tablaos, pero al tenor de los tiempos y conviviendo foráneos y locales. Un mercado que existe casi más fuera de España que aquí, pues se podría hacer un programa de Flamencos por el mundo y recorrer los cinco continentes. Esto no es nuevo, por cierto, el flamenco es un imán para gentes de todo el mundo desde los años 60, y eso es algo que no ha dejado de crecer y de extenderse por todas partes, algo que no ha ocurrido aquí, dónde a todo el mundo le gusta el flamenco, pero por convención, de boquilla y confundiéndolo con la charanga o la copla.  Pero eso sí, siempre en un entorno, por así decirlo de "minifundio", con cachés no muy altos y producciones modestas. La mayor parte de los festivales flamencos que se celebran en las grandes ciudades americanas o europeas cuentan con subvención desde aquí, tanto directa como la que va implícita en la de las producciones que se presentan. Aquí también están todos subvencionados, claro está, como los teatros en que se celebran. 

 

Resulta obvio que esta situación ha llegado al límite y que esa burbuja, pinchada, se está desinflando, pues ni ahora ni en el futuro volverá a correr el maná del dinero público como lo ha hecho en las últimas décadas. El flamenco tendrá que buscar su público y crear su mercado, y como es un arte de resistencia y de vitalidad, lo hará, por más que algunos (los que más se han beneficiado en estos años) digan que va a acabarse el mundo.

 

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