Cultura

Y los flamencos se indignaron

Patricia Godino

Canícula de agosto y aquí no hay playa. Políticos de vacaciones. Titulares sobre la ola de calor y las paellas pagadas a plazos en los chiringuitos. Nada nuevo bajo el sol. Y en esto que, tras el enorme tirón de los "indignados" que nacieron en Madrid y se extendieron al mundo, los flamencos más veteranos del orbe jondo se rebelan contra la Junta de Andalucía porque sostenían -sostienen- que se ha implantado el "dedismo" en el Instituto Andaluz del Flamenco, el máximo órgano que el Gobierno autonómico tiene para la difusión de este arte. Básicamente, su grito de guerra fue: "Hay trabajo para todos pero está muy mal repartido". ¿Se acuerdan? La historia la impulsó el cantaor linense Pansequito y a él se sumaron una pléyade de artistas que con mayor o menor reconocimiento han contribuido, efectivamente, a allanar el camino a las generaciones posteriores para que este arte genuinamente andaluz esté donde hoy está, no sólo en la lista de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la Unesco (distinción vendida como un maná que nunca llegó), sino en los mejores teatros de todo el mundo, como prueban el calendario anual del Flamenco Festival de Nueva York y de Londres o las continuas colaboraciones de creadores de otros ámbitos con las primeras figuras del flamenco. En el mismo lote, entre otros puntos, estos indignados a compás reclamaban una mayor observación por parte de la Administración por el "flamenco puro" (y aquí imagínense las digresiones al respecto); la incorporación del flamenco a los planes educativos; la protección a los festivales así como la redacción de unos reglamentos mínimos para el desarrollo de las actuaciones. Y fue con estos argumentos con los que se levantó (parte de) un sector que con pericia, y durante décadas, había sido controlado por los distintos consejeros de Cultura de la era Chaves.

Finalmente, la manifestación-pantomima llegó el pasado 17 de agosto y legó a las hemerotecas una escena que habría firmado el mismo Berlanga: corazón del barrio de Santa Cruz, turistas cámara en ristre fotografiando el variopinto grupo de artistas, que comandados por Pansequito entregaban en la sede del Instituto Andaluz del Flamenco las 1.500 firmas recogidas en respaldo de su manifiesto y frente a ellos tres parejas de la Policía Nacional que bien hubieran sido más útiles en cualquier otro sitio. La pataleta derivó, a la vuelta de vacaciones, en una cortés recepción del consejero de Cultura, Paulino Plata, que, como se esperaba, a día de hoy sólo ha servido para callar al personal de cara a la galería.

De fondo, este levantamiento tiene otra lectura: estos artistas tienen razones para clamar contra los contratos designados a dedo, pero no deben olvidar que en estos 25 años de edad dorada del flamenco también muchos de ellos se hicieron la foto con el político de turno en un trayectoria que, justamente por esta dinámica de la subvención, pecó de falta de impulso empresarial para volar por libre. Hoy, pocos quieren la foto y todos entonan en la soleá más triste de su repertorio: "Y de lo mío, ¿qué?".

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