Durante el Imperio Romano, las autoridades eran examinadas por sus conciudadanos, a la luz de dos conceptos fundamentales: la auctoritas y la dignitas. Aunque es fácil, traducir ambos por las derivadas castellanas autoridad y dignidad, las palabras romanas tenían un significado mucho más profundo. La auctoritas representaba en el gobernante, el ascendiente, la magnitud de su eficacia política y su capacidad para influir en la opinión pública y en las entidades ciudadanas. Sin embargo, la dignitas resumía lo que un hombre era, como persona y como miembro destacado de la sociedad. Era el conjunto de su orgullo, integridad, fidelidad, e inteligencia, sus hazañas, su saber y su valía como hombre. La dignitas perduraba tras la muerte. De la unión de ambos conceptos, nació el orgullo de ser romano.

El domingo pasado, con enorme tristeza, dimos el último adiós a José Antonio Fernández Pons, ex alcalde de La Línea. Si leyéramos sólo las necrológicas, podríamos deducir que fue alcalde durante cuatro años, antes fue concejal, y que era un hombre de consenso. José Antonio fue mucho más. Tuve el placer de conocerle, personal y profesionalmente. Fue un buen gobernante aunque su labor fue injustamente obscurecida por la debacle electoral al final de su único mandato, ante aquel GIL que proporcionó a los linenses un anticipo del populismo, hoy tan de moda. Fue una lástima porque aquella pica en Flandes que el consiguió para su ciudad, la Carta Económica especial, hoy es un sueño para el ayuntamiento y posiblemente si el pueblo le hubiera dado cuatro años más, habría podido desarrollarla y conseguir los frutos deseados.

José Antonio supo revestir su cargo de dignidad, de una manera natural. No estaba en el Ayuntamiento para enriquecerse, ni por vanidad personal. Solo el amor y el servicio a su pueblo lo guiaron. Era humilde, cortés y valiente en la defensa de los suyos. Pese a las afrentas que tuvo que soportar, tras su paso por la alcaldía, cuando lo necesitó su partido en horas difíciles, allí estuvo otra vez, junto a Eloy García Moreno, sin mácula de rencor. Quizás el tiempo político que le tocó vivir, no era el más adecuado para un hombre de sus virtudes. Maestro por vocación, intentó siempre convencer, antes que vencer a sus adversarios. Si su auctoritas duró unos cuantos años, su dignitas hará que le recordemos para siempre. Más que un Señor Alcalde, fue un Alcalde Señor.

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