Las mentiras piadosas que acaban por lanzar bulos malintencionados o las verdades de un color determinado para beneficio de unas siglas, se están apoderando de los medios, de los mentideros y de las barras de los tabancos. Salpica, que a alguien mancha seguro. Rumorea, que algo ensucia a diestro y siniestro. Miente como quieras que hasta las mentiras ya no tienen vergüenza propia. Estas son las premisas sin valores de una sociedad marchita en cuanto a dignidad y que parece no darse cuenta hacia qué derroteros va. Aunque las encuestas nos acribillen con datos, lo cierto es que cada cual sabe de qué pié cojea cada partido y pone en tela de juicio la intención de voto y las partidistas consecuencias que sacan cada siglas. Aunque las legislaturas duren cuatro años, todos sabemos la desidia de los primeros momentos y las prisas de los meses anteriores a otras elecciones. Aunque nos hablen de cifras de record en el circuito, cada aficionado a las motos sabe de qué se está hablando cuando se hace mención a resultados, a éxito turístico o a gloria deportiva. Todos sabemos lo que encierran y lo que significan para los rocieros las miles de anécdotas, de todo tipo, vividas desde Marismilla hasta el convento de Santo Domingo. Aunque los palcos, la feria y demás fiestas de guardar permanezcan fieles a su cita a lo largo de los años, todos tenemos cierta idea de lo que realmente mueven en nuestra ciudad. Y aunque las cifras de paro ofrezcan cierto alivio, todos estamos de acuerdo en que eso no es suficiente ni por asomo. Somos espectadores pasivos de un cúmulo de frases y de letras envueltas en una parafernalia tan ruin, que pocas veces nos seducen, a sabiendas que no es verdad casi nada de lo que se dice y con el convencimiento de que muy poco de lo que se hace es del todo auténtico. Queda un consuelo: ver lo que se entretienen y nos entretenemos.

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