Todos conocemos casos de amiguismos. Los que tenemos más de cinco másteres falsificando la firma o hemos obtenido cum laudem por nuestro esfuerzo tenemos experiencia. Todos los que hemos obtenidos títulos o somos doctores sobornando a los profesores lo sabemos. Los títulos se regalan. No cuesta esfuerzo, ni dedicación ni, por supuesto, dinero. Muchas familias tienen experiencia. No tienen que hipotecar sus vidas para que sus hijos se labren un futuro, ni tienen que hacer encajes de bolillos para que los adolescentes obtengan sus titulaciones, ni tienen que derramar lágrimas cada fin de mes para que sus hijos estudien. La compra de diplomas en los establecimientos de los chinos de 24 horas abiertos es la culpable. Pero sí hay personajillos políticos que, sin esfuerzo, crean la sombra de la duda. Presentan un trabajo fin de máster ficticio que, seguramente, ni servirá a la sociedad para la mejora de la calidad de vida de sus conciudadanos, en un país donde éste es el más leve de los delitos. Los populares, alejados de los pueblos, los ciudadanos escondiéndose de los vecinos; los obreros, los de más gomina de la historia política, los de los buenos deseos de poder y querer, casi sin fuerza para que podamos seguirles y los independentistas, exiliados. Cómo vamos a pedirle a los políticos que demuestren formación, tengan acabados másteres y sean doctores de lo que se dedican. Ni en broma. La Universidad debe ser sagrada. Al general Prim se lo cargaron antes de acabar con los borbones, a Unamuno nadie le creía al volver a su cátedra, y a Tierno Galván lo definían como revolucionario. Hay que tener mala suerte. Para algún político que quiere formarse, mira lo que se monta. Al menos, esperemos que el campus de la Asunción sea digno. En tiempos donde la Juan Carlos está entredicho es cuando más nos estamos acercando a una república bananera.

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