Crítica de Danza

Aunque esto no sea América

Pues resulta que sí, que María desciende directamente del conquistador de la actual Florida, Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Un explorador irredento que sufrió mil reveses en su peripecia americana, hecho que, sin duda, ha llevado a su descendiente, bailarina igualmente irredenta en muchos aspectos, a realizar un ingenioso paralelismo con la vida del conquistador.

Con un cuidadísimo formato en el que destaca la brillante iluminación de Jiménez, la palabra y el cuerpo de María, casi en equilibrio, nos sumergen en una aventura sensorial en la que los huracanes, los peligros de la selva, o la música americana la llevan a entregarse o a defenderse de sus propios miedos y peligros.

El espacio sonoro hila la historia y añade recorridos al relato de la bailarina

Hace tiempo que no la veíamos tan presente, tan involucrada en una historia cuyo hilo conductor lo pone, sin duda, otro Cabeza de Vaca: su hermano Fran, autor de la música y del espacio sonoro.

En los discursos de María, Fran rompe la cotidianidad de su voz y le añade recorridos impensados, sorpresas, sugerencias que ella recoge con la enorme calidad de su movimiento y con una facilidad para el humor y la pantomima que nunca lleva del todo al extremo.

Algunas escenas se dilatan en exceso y no hay demasiada danza al uso. Su expresiva gestualidad no persigue nunca la belleza, pero su cuerpo (pelo incluido), disciplinado para este arte, deja imágenes de gran belleza, adornadas por unos cuantos elementos, como un original tocado de plumas y algunos objetos que juegan con la aventura americana, aunque ella sepa de sobra que esto no es América.

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