arte

Andanzas del color en medio metro cuadrado

  • Tomás García Asencio muestra hasta el próximo domingo en Huelva sus últimos trabajos, un personal 'abecedario' en el que dialogan y se confunden las letras con las formas geométricas

La abstracción geométrica llegó tarde a la cultura española. En Europa, tras la Primera Guerra Mundial creció como la espuma. No era una moda sino un ejercicio de responsabilidad: el arte debía acercarse a la ciencia, la técnica y la cultura industrial, y pensar propuestas que mejoraran la vida cotidiana de los trabajadores. Por eso los pintores geométricos conectaron con la arquitectura, el urbanismo, el diseño textil e industrial. Ocurrió en Francia, Holanda, Alemania y la Unión Soviética.

En España, en los años de entreguerras, la geometría interesó más a diseñadores gráficos e industriales y arquitectos que a los pintores. Hay que esperar a la segunda mitad del siglo XX para encontrar el cultivo del arte geométrico. No le fue fácil abrirse espacio. Contaba con precedentes notables, Oteiza, Sempere y el Equipo 57, pero ninguno de ellos despertaba las simpatías del régimen y eran más reconocidos fuera que dentro de España. El arte geométrico, pues, debió hacerse un sitio entre las propuestas dominantes: informalismo, el anémico naturalismo académico y el vigoroso realismo social.

Tal vez el primer paso fue Antes del arte, un grupo auspiciado por el crítico Aguilera Cerni que analizaba formas muy sencillas, componentes básicos de las que emplea el arte. Analizando estos cimientos buscaban liberar la mirada de cualquier seducción. Esta visión reflexiva se potenció cuando quienes gestionaban la computadora que la Universidad de Madrid compró a la IBM invitaron a diversos artistas para estudiar y analizar, con medios informáticos, formas plásticas. Se iniciaba así un arte que anteponía el pensamiento a la habilidad manual. En ese seminario (al que invitaron como precursores a Sempere y al Equipo 57) participó activamente Tomás García Asencio. Desde entonces la mayor parte de su trabajo se orientó al estudio de formas.

Digo la mayor parte, porque García Asencio (Huelva, 1940) dedicó buena parte de su tiempo a la enseñanza (institutos, universidades de Madrid y Puerto Rico) y también a hacer trabajar a un heterónimo, Saltés. Con esa firma, memoria del primer reino taifa de Huelva, aparecieron regularmente viñetas en la revista Triunfo y también en La Codorniz y Hermano Lobo. Pero sin duda el esfuerzo fundamental de García Asencio fue la pintura geométrica en una triple dirección: el color, el análisis de formas y los distintos modos en que la geometría puede dinamizar espacios.

En una instalación, en Puerto Rico, García Asencio encadenó triángulos y paralelogramos rojos sobre fondo blanco. La luz, concentrada en ellos, mostraba cómo la geometría agitaba espacios neutros. En la presente exposición el efecto es menos espectacular pero el trabajo, más difícil: cómo ocupar con una sola letra del alfabeto un cuadrado de 70 centímetros de lado. Así tenemos un cuidado círculo añil, la O, inscrito en un cuadrado ultramar todo ello en un marco (también pintado) de color algo más luminoso que el del círculo. En parecido sentido, el potente triángulo de la A, los semicírculos que en mutua inversión definen la C y la D, o los tres triéngulos rectángulos (negro, anaranjado y magenta) que sacan a la luz la Y.

Pintar o dibujar es definir un espacio: marcarlo de modo que adquiera un nuevo modo de ser y que algo, hasta entonces carente de nombre, ahora lo solicite. Así ocurre con este abecedario de Tomás García: ¿vemos letras o formas geométricas? Cada posibilidad nos remite a un escenario distinto. Las letras, a antiguos copistas, excelentes dibujantes que garantizaron la transmisión del saber, pero también a Paul Renner y su letra futura y a los alfabetos de la Bauhaus que querían poner claridad en la comunicación impresa. Las formas geométricas, por su parte, envían al orden que organiza la vida (aunque también la constriñe) y enseña de qué apoyos se vale el arte para hacer visible lo que hasta entonces no lo era,

Pero la contribución de García Asencio es sobre todo el color. La mayor fuerza del color es su resistencia a la palabra. Las culturas intentan convertirlo en símbolo (pasión, pureza, dolor, esperanza...) o en signo de orientación o patriotismo, pero ante la obra de los grandes coloristas (en la pintura o el cine) sólo nos queda el silencio. Así ocurre en algunas piezas de la muestra. Unas, por la cercanía de los matices (morado sobre azul enmarcado en violeta), otras por la fuerza de los contrastes recíprocos que fortalecen los límites de los campos de color, otras por la osadía de reunir los tres colores básicos en un espacio reducido y en general, por el dominio de la interactividad del color que produce efectos inesperados.

Este es el balance de una muestra que, con sencillez, hace pensar porque señala los mimbres de ese huésped, a veces compañero, a veces parásito, que es la imagen.

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