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Armonías entre caminos paralelos

  • La galería Rafael Ortiz propone un encuentro entre las obras de Jaime Burguillos y Yoshishige Furukawa, dos creadores que decidieron trabajar fuera de los senderos habituales

Estando en la Escuela de Bellas Artes, Jaime Burguillos (Sevilla, 1931- 2003) solía ir a pintar a los jardines del Alcázar. Uno de esos días, mientras seguía las líneas y volúmenes de las arquitecturas, y las masas de color del jardín, bajó de repente la mirada y descubrió en las hierbas y las leves irregularidades del suelo sorprendentes tramas de color y matices de luz. Fue el inicio de una idea que fue madurando hasta convencerlo de prescindir del objeto (el motivo) e indagar qué podría hacer sólo con el pigmento, con la materia del óleo, el color y la luz derivada de la misma luminosidad de cada color. Ya en 1955 hace un cuadro donde las flores se deshacen en color y con el color construye una difícil armonía que integra las flores en el plano de fondo y a la vez las separa de él. Significativamente lo rotula Sin título, evitando así toda referencia al objeto.

En un breve texto, Yoshishige Furukawa (Fukuoka-shi, 1921- Sagamihara-shi, Kanagawa-ken, 2008) dice que emplea los materiales propios del pintor pero con una intención diferente. Al ver una carretera, un edificio en construcción, gente trabajando, un árbol o unas nubes, intenta relacionar las formas físicas y los materiales con su reacción mental. Entre sus obras, hay una, fechada también en 1955, El pensador, con una clara intención cubista pero en la que ya aparecen planos exactos y formas geométricas de corte industrial que jalonarán sus obras, especialmente desde su llegada a Nueva York en 1961.

Son dos concepciones distintas, pero estimula ver cómo lo diferente consigue una armonía

Furukawa y Burguillos trabajan, pues, con los materiales de la pintura, o mejor, de la plástica, pero los usan fuera de los senderos habituales. Burguillos comienza a hacer hablar al pigmento pero sin separarse del todo de formas consagradas. Poco a poco prescinde del dibujo. Era firme y claro (se ve en sus primeros bodegones), pero renuncia a su capacidad para definir las formas y en su lugar aparece el color aunque sin separarse al principio de recursos tradicionales: se advierte en las flores y también en Ventana (1963): la mancha de luz de un atardecer la trabaja como atmósfera. Algo que se advierte aún en Composición, un cuadro de 1967 que puede verse en esta exposición. Algo parecido ocurre en Furukawa: en un paisaje fechado en 1958 los planos de color se acercan a los que después hará con lona o caucho pero aquí guardan ecos cubistas o suprematistas.

Las cosas varían enseguida. Burguillos organiza el plano pictórico con toques de pintura que van subrayando en primer lugar, el color, la luz que se deriva de la propia luminosidad del color y la textura que resulta de la diversa densidad de la materia del óleo. El resultado es el ritmo. Color, luz y textura apresan la mirada por la diversidad de ritmo que con su cadencia parece tejer el cuadro. Furukawa prefiere formas más definidas. Una obra de 1965 construye el cuadro con una gran forma, una suerte de /B/, que ocupa las dos terceras partes del lienzo. Pronto su atención se desvía a la misma materialidad del lienzo: en ocasiones aparece plegado y sin tensar sobre el bastidor, y sobre él piezas de madera. Las formas pintadas en 1965, en 1972 se convierten en relieves y el propio lienzo plegado coadyuva a convertir la obra en algo muy próximo a la escultura. En otras ocasiones incorpora laminas de caucho o arandelas de metal. Aun en los casos en los que emplea el carbón o el grafito (para hacer formas abstractas) lo hace sobre papel Arches con lo que la materia mantiene una presencia propia.

Son dos concepciones de arte muy diferentes. Coinciden en la voluntad de seguir un camino experimentado que continúan hasta el final. Decimos que Burguillos fue un pintor abstracto, pero su abstracción es tan personal que la palabra no basta para definir su obra. Llama además la atención su empeño: cuadros a veces oscuros en los que es preciso detenerse para poderlos apreciar. La intención, la voluntad de arte, por usar la expresión de Riegl, es tan fuerte que olvida por completo la posibilidad de seducir al espectador. Lo mismo ocurre con las obras de Furukawa, aunque el artista japonés busca sobre todo el riesgo del minimalismo: situarse en el límite que separa al mero objeto de la obra de arte. Dos concepciones en verdad muy diferentes entre sí. Pero ese es el atractivo del diálogo o de la polifonía: comprobar cómo lo diferente consigue ahormar una armonía (aunque pueda ser en momentos disonante).

La muestra en suma merece una visita sosegada, para apreciar las obras en su pureza y porque obliga a idas y vueltas, si se quiere valorar la fecundidad de este diálogo entre dos conceptos artísticos de la segunda mitad del siglo XX. Una advertencia final: no se olviden de la oficina de la galería: un excelente Burguillos está allí perfectamente acompañado de la obra con que Dorothea von Elbe rinde un homenaje muy personal al artista sevillano.

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