Crítica de Música

Bach, el jazz y el azúcar

Mucho ha debido de cambiar esto de la música antigua para que un egresado del templo de la pureza de Basilea, como es Carlos Mena, se haya embarcado en un proyecto de los llamados de fusión; en este caso, un acercamiento entre clásica y jazz en compañía de buenos improvisadores al piano y el saxo, más batería, teclado hammond, bajo eléctrico y una voz con semejanzas a la suya: clara, directa y oscilante entre una emisión plana y un pequeño vibrato, generalmente bien controlado.

El éxito artístico de este tipo de acercamientos depende del conocimiento de los estilos y la voluntad de trabajo de los implicados, que de ambas cosas hubo, pero también de la proximidad de los materiales, a veces inmiscibles, como ocurrió con el Contrapunctus bachiano -tocado al hammond tal cual, apenas con algún cambio de registro, pero por cierto muy bien- o con un Lamento de Purcell espléndidamente cantado por Mena pero en el que nada nuevo se aportaba salvo improvisaciones a posterori, que recorrieron todo el concierto.

Sí fueron enriquecidas con toques jazzísticos, desde un entendimiento íntimo de las piezas, obras como las de Schumann, Fauré y Legrenzi, aunque un tercer estilo invitado apareció en escena, especialmente en los dúos: un pop pasteloso, bien azucarado en música, letra e incluso gestos, que llegó al paroxismo en unos versos para Porpora ("my heart is so full of love", "please don't cry", "stay with me forever") desgraciadamente muy comprensibles gracias a la buena dicción de ambos cantantes.

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