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Crítica de cine (SEFF 2017)

Balibar en 'abyme'

Jeanne Balibar, en una escena de 'Barbara', la nueva película tras la cámara de Mathieu Amalric.

Jeanne Balibar, en una escena de 'Barbara', la nueva película tras la cámara de Mathieu Amalric.

En previsión de sagaces críticos y detectives cinéfilos, Mathieu Amalric se encarga pronto de mostrar sus cartas con ironía a propósito de la evidente relación especular entre su director enamorado de la cantante Barbara y la suya propia, ya extinguida y ahora recuperada en los platós, con la actriz que la interpreta en esta película, Jeanne Balibar, su esposa en aquellos días gloriosos del penúltimo renacer nuevaolero del cine francés.

Se suspende, o al menos se distancia así en cierta medida ese doble (o triple) juego de entradas, salidas, ecos y relevos que, sobre una brillante idea original de Pierre Léon, organiza y estructura este personal y atípico biopic de la diva más triste, enigmática y pálida de la chanson francesa, una biografía parcial, laberíntica y desordenada hecha de flashes y retazos (la madre, el nacimiento de las canciones, los ensayos, las grabaciones magnetofónicas caseras, las giras, el cine, Brel, el intento de suicidio, la retirada, el regreso…) y abismada entre bambalinas y decorados móviles en un complejo mecanismo metaficcional del que Amalric sale más que airoso gracias a esa extraña cualidad de la ligereza, la propulsión narrativa y la emoción expandida que ya estaba en sus tres excelentes películas anteriores, Le stade de Wimbledon, Tournée y la simenoniana e inédita La chambre bleue.

Una Balibar inmensa y generosa entra y sale de Barbara y de esa Brigitte siempre en fuga (deliciosa esa escapada del rodaje para un encuentro sexual furtivo) para confrontarse al todopoderoso material de archivo en un prodigioso espejo de vampirización, imitación e histrionismo, liberada a un juego de modulaciones corporales, gestuales y vocales ante los que Amalric, director y ex amante entre caricaturesco y fascinado, se rinde con la misma devoción de un niño que se encuentra por primera vez con su ídolo.

La actriz y cantante ya puede llevarse a casa no uno (aquel Ne change rien, de Pedro Costa) sino dos fascinantes retratos musicales cincelados como verdaderos actos de amor.

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